Publicado en el nº 2.652 de Vida Nueva (del 14 al 20 de marzo de 2009).
Durante un año entero hemos reposado la memoria sobre el ayer de Vida Nueva para descubrir que lo que se inició hace cincuenta años sigue siendo hoy un proyecto vivo que no se guardó medrosamente en un baúl, sino que se ha empleado bien y ha dado fruto. Durante doce meses hemos repasado los mejores -y los peores- momentos de una revista indispensable para conocer la historia y la realidad eclesial en España en estos últimos seiscientos meses. Durante estas más de cincuenta semanas hemos celebrado en Madrid y en Roma, con nuestros lectores y suscriptores, con los medios de comunicación, abiertos como siempre a todos, esa labor de pregoneros de la Palabra que algunos iniciaron aquí, hace cincuenta años, y hoy sigue siendo una realidad bien enraizada, pero con Vida Nueva. Y hemos aprendido que, desde esas raíces, lo importante no es el pasado, sino lo que viene. Que lo fundamental, desde la fidelidad a la Buena Nueva, no es el compromiso con el pasado, sino el reto del futuro.
Posiblemente, hoy más que nunca, los medios de comunicación, la comunicación en su totalidad y en su diversidad -desde el testimonio personal, la obligación individual de ser testigos y llevar el mensaje de Cristo a la calle, hasta la utilización de todas las posibilidades técnicas que ofrece la comunicación más globalizada de la historia- son el gran reto de la Iglesia y de los que somos Iglesia. Juan Pablo II habló en su día de “nuevo ardor, nuevos métodos, nuevas expresiones”. En periodismo cabe a veces el orgullo de haber hecho algo bien, pero veinticuatro horas después, una semana después, en nuestro caso, todo lo hecho se olvida porque hay un nuevo periódico, una nueva revista en la calle y ya nadie recuerda el éxito anterior, sino que mira con rigor lo nuevo.
Vida Nueva tiene el reto de hacer mejor cada semana la revista que camina, número a número, hacia el centenario. Sería una temeridad decir que es una revista “imprescindible”, pero no lo es afirmar que la Iglesia española no puede prescindir hoy de la voz noble, libre, objetiva, serena, crítica, abierta y comprometida que representa Vida Nueva. Es más, la necesita imperiosamente porque sólo desde la libertad se puede construir un mundo más libre y más justo. No queremos ser cómodos o incómodos para el poder. Queremos ser, seguir siendo, voz plural y libre en la Iglesia, diálogo entre fe y cultura. Queremos ofrecer un lugar de encuentro y de respeto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Hay muchas, demasiadas, cosas en juego en una sociedad que va dando la espalda a los valores, tal vez porque no los hemos sabido explicar, porque no hemos sido fieles al mensaje evangélico o porque nos hemos dejado ganar la batalla.
Cincuenta años de Vida Nueva. El origen lo conocemos, lo asumimos con gozo y forma parte de nuestra esencia. Lo que nos convoca ahora, desde un periodismo activo, positivo y acogedor, como testigos de una realidad enormemente rica y plural, es llegar a la meta como permanentes e insatisfechos buscadores de la Verdad, esa que nos hace libres.