Publicado en el nº 2.678 de Vida Nueva (del 10 al 16 de octubre de 2009).
El Sínodo para África, que se celebra en Roma desde el pasado día 4 hasta el 25 de este mes de octubre, es una nueva oportunidad para que la Iglesia ponga atención, una vez más, al continente de la esperanza, en el que las estadísticas arrojan un crecimiento en el número de católicos. Así, en los últimos 25 años se ha pasado de una población de 55 millones de católicos a más de 160 millones. La Iglesia no sólo ha de atender y ayudar a esta floreciente y viva comunidad eclesial, sino también aprender de ella. Es “el pulmón de la Iglesia”, como la ha llamado Benedicto XVI, aunque a veces ese pulmón tenga dificultades –lo ha señalado el mismo Papa en la inauguración de la Asamblea Sinodal– por el fundamentalismo religioso que nace y crece en el propio continente y el relativismo que llega colonizando desde fuera. La realidad de la Iglesia africana, con sus facetas positivas y negativas, está muy presente en el documento Ecclesia in Africa, promulgado por Juan Pablo II en 1995 como conclusión del I Sínodo para África. Se trata de un análisis de los desafíos a los que se enfrenta la Iglesia en aquel continente, empezando por el de la inculturación.
Este II Sínodo se está centrando en el compromiso por la paz, la justicia y la reconciliación. Las culturas africanas, con su fuerte sentido comunitario, tienen un deseo profundo de restaurar las relaciones rotas mucho más que en nuestra idea occidental de la justicia distributiva. Uno de los grandes valores que África tiene que enseñar a todo el mundo –incluida la Iglesia– es el del perdón, que tiñe la existencia cotidiana de compasión y de flexibilidad. Por eso, este Sínodo reviste un tinte de esperanza en el ámbito del perdón y de la reconciliación, tan necesarios ambos en aquellas latitudes.
Pero el Sínodo no debe cerrar los ojos a los grandes problemas que siguen lacerando al continente negro. Males que, en no pocas ocasiones, tienen sus orígenes en nuestro mundo occidental. Afortunadamente, la realidad africana habla también de notables historias de éxito económico y honradez política, de su enorme vitalidad y sentido comunitario de la existencia,
y de muchos esfuerzos por implantar la paz y salir de la pobreza. En esta lucha callada, la Iglesia católica ha ido por delante del resto de la sociedad africana. En ciudades que crecen de forma desbordante y en las más remotas aldeas, la Iglesia ofrece palabras de esperanza y valores morales que brotan del Evangelio; pero también educación, servicios sanitarios, defensa de los derechos humanos y un sinfín de actividades sociales para ayudar a caminar a millones de personas, a las que la vida cotidiana supone un duro viaje.
El Sínodo, ese caminar juntos cum Petro, además de apoyar los esfuerzos evangelizadores, prestará también oído a las reflexiones que llegan desde allí en el campo de la moral, la liturgia, las relaciones familiares y humanas… La Iglesia docente dará paso a la Iglesia discente en un continente de esperanza en donde muchas voces deben ser escuchadas para seguir alimentando al Pueblo de Dios que camina en África, a veces en el “corazón de las tinieblas”.