En la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica no falta trabajo. De ello da fe el secretario general, José Rodríguez Carballo en una entrevista a Vida Nueva. El franciscano desvela la apertura de decenas de expedientes a diferentes realidades eclesiales y sus respectivos fundadores por falta de autenticidad carismática. Esto se traduce en no pocos casos en abuso de conciencia y de poder y errada gestión de los bienes. De ahí que desde la Santa Sede se esté mirando con lupa estas entidades emergentes, llegando incluso a comisariar y suprimir algunas de ellas.
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Está claro que un carisma no surge por generación espontánea de una iluminación o de las capacidades de un individuo. Nace como don del Espíritu a la Iglesia desde la esencia misma del Evangelio. Esta gracia ha de ser acunada, cultivada y custodiada para discernir si verdaderamente aporta originalidad para responder a una realidad concreta desde la mirada de Jesús de Nazaret.
Ahí resulta relevante el papel que juegan los obispos, que son los que dan el primer visto bueno para autorizar su existencia como asociación, un derecho y una responsabilidad a la vez que exige un acompañamiento constante. La Iglesia local debe velar en estos pasos iniciales siempre cargados de frutos ilusionantes, pero también de dificultades que exigen abono y poda.
Tintes neoconservadores
Preocupa como en ciertos casos, algunos grupos buscan sortear deliberadamente la supervisión del Ministerio vaticano de los consagrados, presentándose como un ente laical sobre el papel, cuando en lo cotidiano funcionan y se visten como de una congregación, un perfil que suele coincidir con tintes neoconservadores en su ser y hacer.
Ni que decir tiene que este hecho no se puede ni debe llevar a pensar ni en un hecho generalizado en relación a las nuevas formas de vida en la Iglesia ni en una causa global contra ellas. De la misma manera, tampoco tiene sentido, como en algunos foros se ha insistido, en presentar las órdenes históricas como comunidades en decadencia frente a la frescura de lo reciente.
Contraponer veteranía y juventud, vida consagrada a institutos seculares, movimientos a congregaciones, vida apostólica a contemplativa, religiosos a laicos, a diocesano, supone caer en un reduccionismo clerical y ideológico frente a la creatividad y pluralidad desbordante del Espíritu que no puede encorsetarse en categorías. El Espíritu sopla a tenor de los signos de los tiempos con aire fresco suscitando nuevos carismas y revitalizando los existentes, complementándose y enriqueciéndose desde la comunión en la diversidad, para ser Iglesia misionera y en salida, un criterio de autenticidad y originalidad incuestionable.