Editorial

El alto precio de olvidar a los ancianos

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La Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores, instaurada por el papa Francisco, alcanza el 28 de julio su cuarta edición. Tomado del salmo 71, “En la vejez no me abandones”, es el lema con el que el Pontífice pone en un primer plano la soledad de los ancianos, así como la tentación de descuidarlos, abandonarlos o, incluso, eliminarlos. Lamentablemente, fenómenos como el edadismo, el síndrome de Peter Pan y la absolutización del individualismo acaban contribuyendo a arrinconar a los ancianos y a confundir la jubilación con una condena al ostracismo que desemboca en una situación de descarte sin retorno.



“La contraposición entre las generaciones es un engaño y un fruto envenenado de la cultura de la confrontación”, denuncia además Jorge Mario Bergoglio en el mensaje para esta jornada de 2024. Frente a ello, reivindica la necesidad de revitalizar un diálogo intergeneracional constante, desde el convencimiento de que la humanidad se enriquece cuando se suman la sabiduría que otorga la experiencia de los años y la frescura que aporta la –se presupone– íntrinseca rebeldía de los jóvenes.

Esta reflexión papal llega precisamente en un momento histórico en el que parece producirse un hecho que arroja cierta preocupación más allá de los espacios eclesiales: la fractura en la cadena de transmisión de la fe, fruto, entre otras cuestiones, de la pérdida de referencia de la familia como célula básica de la sociedad.

María de la Válgoma y Carmen Guaita, abuelas

La secularización avanza en el mundo occidental a tal velocidad que no resulta aventurado pensar que esta podría ser la última o penúltima generación de abuelos y abuelas que son capaces de contagiar de palabra y con su vida el Evangelio de Jesús de Nazaret. La ruptura de esa correa de transmisión no se limita solo a la interrupción en el aprendizaje de una serie de oraciones o prácticas religiosas, sino que propicia el desarraigo de unos valores vinculados al humanismo cristiano que, hoy por hoy, se dan por asentados, como si se transmitieran por ciencia infusa, y que podrían no serlo tanto.

Amnesia colectiva

Es tiempo de preguntarse, pues, por el alto precio que puede llegar a pagar la humanidad si persiste esta amnesia colectiva provocada por el hecho de silenciar a los mayores, ensimismados como estamos por el culto al esnobismo adolescente y haciendo oídos sordos a quienes peinan canas, como si se trataran de un trasto viejo que poco o nada puede aportar.

Solo una Iglesia y una sociedad que mantienen el ardor de la juventud y, a la vez, saben reconocerse en sus raíces, pueden afrontar con altura de miras y los pies en la tierra la actual y compleja coyuntura histórica. Unos desafíos que exigen entrañas de madre y abuela.