La guerra en Ucrania se recrudece por momentos. El ensañamiento del presidente ruso, Vladímir Putin, con la población civil está disparando el número de muertos y acrecentando un éxodo que supera ya los tres millones de refugiados. A esta asfixia letal, se suman las provocaciones constantes a la comunidad internacional, con la amenaza del uso de bombas químicas y los bombardeos cercanos a la frontera polaca que desatarían esa tercera guerra mundial ya latente en lo económico.
- PODCAST: El Papa quiere acabar con la guerra
- ENTREVISTA: Pietro Parolin: “Francisco está buscando cómo acabar con la guerra en Ucrania”
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En medio de la tragedia, resulta inevitable caer en una sensación de impotencia y no respetar las reglas del juego democrático que limitan una intervención más directa que frene la barbarie de quien no tiene límite alguno. La tentación de pagar con la misma moneda al agresor y dejarse llevar por la espiral del odio es aún mayor cuando miles de inocentes están pagando los caprichos de un autócrata.
Sin embargo, tal y como sostiene en Vida Nueva el secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, urge volcarse en buscar una salida al conflicto, “tanto a nivel diplomático como a nivel espiritual”, mostrándose siempre disponible a una posible mediación para alcanzar la paz. En paralelo, toda la Iglesia está echando el resto con sus recursos disponibles para responder a esta emergencia humanitaria, sea desde el interior de Ucrania o en la acogida de los refugiados.
Posicionamiento papal
Sin entrar en detalles, el ‘primer ministro’ vaticano comparte con esta revista cómo “el Santo Padre está buscando continuamente maneras que puedan superar esta dramática situación”. Una afirmación más que reseñable, que entronca con la implicación personal de Francisco desde el inicio de esta guerra, condenando una y otra vez la masacre, con su visita al embajador ruso, su llamada al presidente ucraniano y su intercambio de cartas con el alcalde de Kiev. De ahí que sorprenda que, en algunos foros, se cuestione el posicionamiento papal solo por el mero hecho de no pronunciar el nombre de Putin, cuando se trata de un proceder verbal aplicado desde Roma, lo mismo con Juan XXIII en la II Guerra Mundial que con Juan Pablo II en Irak.
Lamentablemente, en su grito permanente y sus movimientos entre bambalinas para acabar con esta hecatombe, el Papa no cuenta con el patriarca ortodoxo de Moscú, Kirill, que al justificar las atrocidades del líder ruso, ha dinamitado también todos los puentes ecuménicos reconstruidos en estos años.
En cualquier caso, ante la fortaleza que sigue emanando del pueblo ucraniano, no cabe corresponder de otra manera que no sea con un arsenal de esperanza, que se hace efectivo a través de la donación en sentido pleno: desde la entrega material a la oración.