Editorial

El bautizo de la cultura del encuentro

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El estreno del musical Malinche ha situado en primer plano, una vez más, las aristas de la colonización de América y el papel de los primeros evangelizadores. Más allá de la letra pequeña del guion, no apta para pieles sensibles, y del despliegue del espectáculo, el proyecto de Nacho Cano busca poner en valor –en palabras suyas– que “el bautismo se convirtió en el DNI” de los indígenas y cómo el mestizaje abrió una diversidad que no se aceptaba en otras latitudes.



Echar la vista atrás cinco siglos supone adentrarse en un complejo contexto histórico, con la tentación de perderse en leyendas negras o en miradas blanqueadoras que tergiversen la realidad. La Iglesia no puede ni debe quedarse atrapada en estos extremos. No le deben doler prendas en pedir perdón, una y otra vez, por las atrocidades cometidas contra los pueblos originarios.

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Desde una autocrítica más que necesaria, pero también apreciando la entrega de tantos misioneros que, desde el minuto cero de aquel bautizo icónico de aquella mujer que se erigió en puente entre dos civilizaciones, supieron hacerse uno con los pueblos originarios y sembrar lo que hoy es la cultura del encuentro.

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