El pontificado de Francisco ha supuesto un revulsivo para la Iglesia universal, en tanto que propone una llamada a una conversión personal y pastoral que solo se logrará si se capilariza en cada parroquia, en cada comunidad de vida consagrada, en cada familia. Es el toque de atención de la nueva instrucción de la Congregación para el Clero, que insta a “explorar con creatividad, nuevas vías y medios para ser el centro propulsor de la evangelización”.
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Cambios que los pastores están llamados a promover y dinamizar sin demora, como así ha puesto de manifiesto el nuevo obispo de Astorga, Jesús Fernández, que en su homilía de estreno ha dibujado una hoja de ruta social con parada y fonda en la reivindicación de un trabajo decente, una revisión de la fiscalidad o la defensa de los derechos del migrante.
En esa dirección se mueve también la reestructuración de la Diócesis de Teruel y Albarracín, que adelgaza el organigrama para materializar la apuesta por las periferias desde la corresponsabilidad y la transversalidad. Reformas que hablan de algo más que gestos si la Iglesia quiere asumir el reto evangélico de los odres nuevos, de su particular desconfinamiento hacia una nueva normalidad.