La discreción y prudencia con la que Ricardo Blázquez ejerce la presidencia de la Conferencia Episcopal puede ser percibida por algunos como inacción y pasividad. Sin embargo, los dos citas mantenidas en los últimos meses con Pedro Sánchez prueban un trabajo callado y efectivo del cardenal a favor de la cultura del encuentro, de tender puentes permanentes de diálogo que superen los postulados ideológicos. Un giro plausible en las relaciones Iglesia-Estado, sobre todo teniendo en cuenta los muros episcopales de etapas anteriores. Lamentablemente, tras informar en la Permanente de la Conferencia Episcopal, las reuniones han trascendido, con el riesgo de minar ese marco de confidencialidad.
Al margen del incidente, la evidencia del canal abierto entre Moncloa y Añastro no diluye las discrepancias en asuntos tales como la eutanasia o la presencia de la Religión en las aulas, pero sí rebaja la tensión política y genera un clima de colaboración mutua que puede dar fruto en aquellas materias en los que la Iglesia y las administraciones públicas deben ir de la mano en su vocación de servicio de la sociedad, especialmente en la defensa de la dignidad de los más vulnerables.