El número de exorcistas en España ha aumentado en los últimos años, una tendencia que no parece ser una excepción en el ámbito internacional. Así lo recoge el estudio más reciente vinculado a este asunto, al que ha tenido acceso Vida Nueva, sobre una misión pastoral que a menudo se identifica con tópicos irreales y que se aliña con cierto oscurantismo, mitificando un ministerio tan relevante como cualquier otro.
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De la misma manera, partiendo de la propia experiencia manifestada a esta revista por los sacerdotes que ejercen este complejo ministerio, también se habría producido un aumento de las personas que solicitan una atención pastoral que no puede despacharse como algo estrambótico ni marginal.
La rigurosidad en materia formativa, con la que de un tiempo para acá se está asumiendo desde Roma el combate contra Satanás, está contribuyendo a una mayor toma de conciencia desde las Iglesias locales, para contar con especialistas en una materia que no se puede ignorar, aun cuando, afortunadamente, no se trata de una realidad ni mucho menos mayoritaria. A la par, esta relevancia en lo académico permite dotarle de la autoridad pertinente para evitar confusiones de todo tipo, incluida la picaresca económica, y despejar la sombra del abuso de conciencia y de poder.
Ser exorcista es un ministerio que nace de una llamada dentro de la vocación al sacerdocio y que exige dotarse de los medios adecuados que permitan ejercerlo con responsabilidad. Así, a la hora de analizar un fenómeno de posesión, resulta apremiante abordarlo desde un minucioso trabajo interdisciplinar, tanto en el diagnóstico –para evitar la confusión con una patología psiquiátrica– como en la intervención y el acompañamiento posterior a quien lamentablemente atraviesa por ese trance.
Diablos cotidianos
Jesús curaba a enfermos de heridas en su cuerpo y en su alma, pero también expulsaba demonios. El Hijo de Dios también experimentó la prueba del Diablo en el desierto. Por tanto, el mal existe y se manifiesta de diferentes maneras. A diario, el cristiano ha de perseverar en su batalla contra esos diablos cotidianos sobre los que el papa Francisco ha alertado en no pocas ocasiones.
El pecado y la corrupción buscan colarse desde una sofisticación encubierta y con apariencia incluso de bondad, sin esa espectacularidad de la ficción cinematográfica que lo haría fácilmente identificable. Confiar en el Dios de la Vida, desde el perseverar en el discernimiento, la oración y la vida sacramental –con especial hincapié en el sacramento de la confesión–, amén del acompañamiento, la comunidad y la entrega confluyen como el mejor escudo ante cualquier tentación más o menos manifiesta.