EDITORIAL VIDA NUEVA | Con el inicio del periodo estival también se reactiva el voluntariado. Son muchos los jóvenes, y no tan jóvenes, que dedican parte de su tiempo libre a ayudar a los demás en las diversas actividades veraniegas. Celebramos el Año Europeo del Voluntariado, un momento no solo para el reconocimiento de esta realidad a la que se suma la Iglesia con su gran número de iniciativas y personas, sino también para afinar en el sentido cristiano del voluntariado.
En el Pliego que hoy publicamos se hace hincapié en ese sentido vocacional tan importante. Se trata del sostén de la actividad para que no quede en un puro activismo vacío. Los cristianos tienen razones poderosas desde el Evangelio para ejercer la tarea del voluntariado. Una reflexión en este sentido es necesaria porque da consistencia a cuanto se realiza con gran acierto en muchos rincones de nuestro país. Son diversos los ámbitos de actuación y muy variada la gama de edades que, de una u otra forma, entran a trabajar en el amplio campo de esta entrega a los demás.
La profundización en el voluntariado como vocación alimenta la raíz del mismo, evitando el cansancio y dando sentido a las acciones de cada cristiano, que ha encontrado en estas actividades una manera de vivir su propia fe. Por lo tanto, es necesario ahondar en la formación de quienes hacen esa donación personal, porque puede ser que acciones realizadas con la guía de la buena voluntad lleguen a ser origen de problemas en su desarrollo, poniendo a prueba las fuerzas de los voluntarios, que se agotan en la tarea. Porque una cosa es el lógico cansancio, que se soluciona con un periodo de descanso reparador, y otra bien distinta el agotamiento que suele cercenar la ilusión primera. Apostar por una profunda formación es clave.
La Iglesia, lejos de desconfiar de toda acción del voluntariado, debe aglutinar y alentar su trabajo. No es el momento de las espantadas con grandes discursos, sino el momento de acompañar a quienes, desde su tiempo libre, robándoselo a veces a su propia familia, se vuelcan para ayudar a los más necesitados. La Iglesia, además de la obligación que tiene de formar a los voluntarios, debe alentarlos en la tarea y apoyarlos desde lo más profundo. En muchas ocasiones, una palabra de aliento a tantos voluntarios olvidados les devuelve la energía necesaria.
Y quizás también corregir, pero siempre desde el amor y el diálogo. Ha habido en muchas ocasiones iniciativas que han debido de ser corregidas. Las formas en que se han desarrollado por parte de los pastores no han sido las más adecuadas. Corregir desde el amor fraterno es necesario. Se trata de ofrecer luz, más que denunciar, queriendo abrochar todo en una sola dirección.
Son muchas las instituciones que colaboran con los más necesitados desde el altruismo y la específica vocación cristiana, y solo desde ahí se puede entender que la geografía del voluntariado en nuestro país esté llena de cristianos que dan así razón de su fe. Es el evangelio de las obras del que habló Juan Pablo II, empeñado en escribir una encíclica sobre el voluntariado cristiano que no pudo terminar. El borrador quedó sobre la mesa, pero su mensaje está en las últimas encíclicas papales.
En el nº 2.760 de Vida Nueva.
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