El lanzamiento de un artefacto explosivo en un centro de menores extranjeros en el madrileño barrio de Hortaleza, ha desatado las alarmas. Nunca antes se había vivido un episodio de violencia similar en nuestro país contra un colectivo vulnerable.
Este ataque se produce en plena oleada de agitación populista que busca criminalizar a los migrantes y hacerles culpables de todos los males que aquejan a España: el paro, la precariedad laboral, las listas de espera sanitarias… Nada más lejos de la realidad, tal y como demuestran los informes que hablan del aporte a la economía de quienes vienen de fuera, pero, sobre todo, la convivencia en paz que se constata en el día a día de barrios y pueblos.
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Prueba de ello es la propia concentración de vecinos en apoyo a los adolescentes del centro de acogida. Una movilización con católicos en su raíz, que visibilizan esa Iglesia que sale al rescate de estos jóvenes a través de Cáritas, de parroquias y de comunidades religiosas que se han convertido en hogar y familia para ellos.
Brazos abiertos y en alto frente a quienes consideran que ser un migrante menor no acompañado ya es un delito, cuando simplemente es un hermano. Un hermano pequeño.