El Consejo del Episcopado Latinoamericano y Caribeño (CELAM) está en pleno proceso de reestructuración: no solo física, por su nueva sede en Bogotá, sino por la puesta en marcha de cuatro grandes centros pastorales. En realidad, en sus siete décadas de historia, el CELAM ha vivido una constante renovación que ha propiciado que la Iglesia latinoamericana sea hoy motor de la reforma que se pilota desde Roma. Y no precisamente porque Jorge Mario Bergoglio sea el sucesor de Pedro. Más bien, es a la inversa. El catolicismo cuenta con el primer papa llegado del otro lado del Atlántico como fruto del largo trecho recorrido a la luz del Concilio Vaticano II en el último medio siglo. Desde Río de Janeiro, Medellín y Puebla hasta Santo Domingo y, por supuesto, Aparecida.
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Porque fue la Conferencia General de 2007 la que certificó la apuesta de los obispos del continente por ser discípulos misioneros que se embarran en el suelo que pisan, para caminar delante, al lado y detrás del santo pueblo fiel de Dios desde la inexcusable opción preferencial por los pobres.
Esa apuesta convencida, que abanderó el entonces cardenal arzobispo de Buenos Aires, era el resultado de una implicación en lo cotidiano de las Comunidades Eclesiales de Base y de sus pastores, de una sana evolución de la teología de la liberación hacia la teología del pueblo, de la colegialidad trabajada a una sinodalidad real que llega hasta hoy. Prueba de ello, es la creación de la Conferencia Eclesial de la Amazonía o el liderazgo asumido en la asamblea del Sínodo de la Sinodalidad.
Y todo, sin abstraerse de la realidad, sino sumergiéndose en ella, con una Iglesia inserta en un continente inestable en materia política y con innumerables heridas sociales a las que se busca dar respuesta. No desde los despachos dogmáticos, sino desde el misterio de la encarnación. Así se lo confían a ‘Vida Nueva’ los actuales presidente y secretario general del CELAM, Jaime Splenger y Lizardo Estrada: “Siguiendo el camino marcado por Francisco, debemos estar atentos a un mundo cambiante para dar respuestas desde el Evangelio a la corrupción, la migración, la trata de personas, el narcotráfico, la fragilidad de la democracia…”.
Escuchar y aplicar los signos de los tiempos
Por todo ello, en medio de la polarización que se vive en otras latitudes eclesiales, ya sea en Estados Unidos o en Alemania, con el invierno demográfico y creativo de una Europa envejecida, América Latina se mueve hoy desde una madurez espiritual, pastoral y teológica que se traduce en savia viva que cultivan sacerdotes, religiosos y laicos. Mujeres y hombres que escuchan los signos de los tiempos y los aplican sin prisa pero sin pausa, a una velocidad de crucero sin volantazos ni frenazos, al ritmo que marca el Espíritu de Dios.