España cuenta con un nuevo nuncio, el filipino Bernardito Auza, un diplomático vaticano de primera línea, con grandes dotes como negociador, tal y como ha demostrado tanto en la ONU como en Haití, además de contar con el respaldo personal de Francisco y tener un conocimiento nada desdeñable de nuestro país.
El embajador de la Santa Sede no llega a un destino fácil, no solo por la inestabilidad política que suele utilizar las cuestiones eclesiales como cortina de humo, lo que le obligará a actuar con mano izquierda. Máxime cuando la Iglesia ha perdido parte de su influencia en la esfera pública, lo que le exigirá un trabajo de lobby al que está acostumbrado en Naciones Unidas.
No es menor el desafío intraeclesial por las resistencias a las reformas de Francisco, que no se pueden desligar de los apremiantes relevos episcopales. Esto le demandará una profunda auditoría para no dejarse llevar por interesadas insinuaciones que en breve comenzarán a llegarle. Será este el principal escollo para ejercer con eficacia su misión de ser ese “hombre del Papa”, tal y como lo describió Bergoglio en junio. Ni funcionario ni veleta. Un hombre de Dios, de iniciativa y de reconciliación.