Benedicto XVI ya es historia, viva, pero historia. En este número, destacadas firmas hacen balance de un pontificado que nos deja muchas más sorpresas de las esperadas en un principio, con un legado de servicio a la Iglesia como aspecto más destacado, sin duda. Pero la Iglesia se prepara ya para elegir a su sucesor. Todo es nuevo, todo está por descubrir bajo la sombra del Papa que renunció. Seguirán muchos buscando las “verdaderas” razones de su retirada, pero la Iglesia está obligada a mirar hacia el futuro. ¿Quién será el sucesor? ¿Cómo será? ¿Qué tendrá que hacer? Los cardenales se enfrentan a una decisión compleja, pero lo harán sobre lo que ha construido Benedicto XVI. No hay que contar lo que se encontrará el nuevo sucesor de Pedro. Lo saben todos los que pueden ser elegidos. Y todos saben lo que la Iglesia necesita:
Un Papa conquistado por Dios, tocado por las vicisitudes de los hombres. Lo decía Benedicto XVI hace unas semanas, refiriéndose a los obispos, pero vale para su sucesor: “Debe ser, sobre todo, un hombre cuyo interés esté orientado a Dios, porque solo así se interesará verdaderamente por los hombres. Podemos decirlo también al revés: debe ser un hombre al que le importen tanto los hombres que se sienta tocado por las vicisitudes de los hombres. Debe ser un hombre para los demás. Pero lo será solo si es un hombre conquistado por Dios”.
Un Papa valiente, sin miedo. Frente al agnosticismo e increencia, “ha de ser valeroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de la opinión dominante” (Benedicto XVI). También habrá de afrontar una renovación profunda y difícil de las estructuras de la Iglesia y tomar decisiones duras sobre asuntos que están esperándole encima de su mesa. “No tengan miedo”, repetía Juan Pablo II. La Iglesia debe perder el miedo a estar presente en la sociedad, pero también a juzgar sus errores, a pedir perdón por ellos y a ser juzgada por los hombres. Una Iglesia más transparente no es una Iglesia más débil, sino una Iglesia más humilde y más fuerte.
El Papa de los vulnerables y de los desfavorecidos. Hoy más que nunca, millones de ciudadanos sin voz, sin alimentos, sin vivienda, sin educación, sin trabajo, enfermos, desahuciados, perseguidos, con hambre y sed de justicia, esperan la respuesta y el compromiso activo de una Iglesia que los apoye, que los ampare, que los consuele y que los defienda. La caridad y la solidaridad, el de-
sapego a las riquezas, la vuelta a lo esencial son una prioridad para un Papa necesariamente humilde y sencillo, el Papa de los pobres.
Un Papa puente. El pontífice que todos esperan, el hombre que tienda puentes entre los hombres de buena voluntad, entre la fe y la increencia, entre la palabra y la vida… Diálogo y puentes, desde la fe, con el hombre de hoy, con todas las corrientes del pensamiento, con todas las naciones, con todas las Iglesias, con todas las confesiones religiosas…
Un Papa que dé respuestas y que sacuda las conciencias. Las respuestas que pide la Iglesia, las respuestas que necesita la sociedad. Respuestas sólidas con la raíz en la palabra de Cristo, pero cercanas a las dudas del hombre de hoy. Respuestas abiertas a la libertad y la autonomía de cada uno, a la conciencia, al compromiso personal, pero respuestas evangélicas exigentes que sacudan las conciencias dormidas de los hombres y las mujeres de hoy.
El Papa de la unidad y de los jóvenes. En estos momentos difíciles, todos los que no van contra nosotros, están con nosotros. Esta Iglesia tan rica y tan diferente necesita sumar todas las fuerzas, apostar por la unidad eclesial, necesaria, imprescindible, y por los más jóvenes, necesarios, imprescindibles. No puede ser ni una isla ni un asilo en medio de un mundo en continuo cambio.
Un Papa fuerte y comunicador. Todos los retos, responsabilidades y cargas que caen sobre un hombre como los demás exigen que, además de la fuerza del Espíritu Santo, sea un hombre fuerte, espiritual y físicamente, conocedor de las nuevas formas de comunicar y dispuesto a usarlas para llevar el mensaje de Dios.
En este número decimos adiós a Benedicto XVI. Que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales en este nuevo tiempo que se abre.