La sinodalidad ha venido para quedarse. Es la primera impresión que brota al analizar el itinerario de tres años planteado por la Secretaría General del Sínodo, con respaldo expreso del papa Francisco para acompañar y evaluar cómo las parroquias, las diócesis, los episcopados y las demás realidades eclesiales están aterrizando la reforma de la pirámide invertida y del poliedro de la diversidad; esto es, la corresponsabilidad entre obispos, sacerdotes, religiosos y laicos.
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El 11 de marzo, desde el Policlínico Gemelli de Roma, Jorge Mario Bergoglio apuntalaba una de las principales apuestas de su pontificado, que comenzó a tomar forma en 2015, cuando, al celebrar los 50 años del Sínodo de los Obispos, dejó caer que “caminar juntos es un concepto fácil de expresar, pero no tan fácil de poner en práctica”. Fue en marzo de 2020 cuando anunció la convocatoria del Sínodo de la Sinodalidad, que ha amplificado la participación de los católicos como nunca hasta la fecha.
Escucha, diálogo y discernimiento
El proceso de escucha, diálogo y discernimiento, en un sondeo universal que arrancó a pie de parroquia y viajó hasta Roma, se enriqueció con la participación –por primera vez con voz y voto– de clérigos y laicos, y, por lo tanto, de las mujeres. Este nuevo estilo de ser Iglesia exige, como el Papa ha insistido en innumerables ocasiones, de una conversión personal y pastoral, de todos y cada uno, sin exclusiones, acelerones ni frenazos.
De lo contrario, no tendrá sentido ni cuajará cualquier intento de reforma estructural, doctrinal o canónica. Y es ahí donde entra en juego uno de los términos de referencia para Francisco: los procesos. Un cambio de corazón y de mentalidad no se logra de un día para otro, ni tampoco puede dejarse al libre albedrío para que cuaje, porque correría el riesgo de difuminarse en una nebulosa indeterminada.
Resistencias… y rechazo manifiesto
Prueba de todo ello son las resistencias que en algunas latitudes no muy lejanas se han detectado, disfrazando el clericalismo de sinodalidad, dando carpetazo al asunto para pasar al siguiente plan pastoral de turno o, directamente, visibilizando un rechazo manifiesto a la colegialidad. De ahí el calendario que busca aplicar la síntesis final del Sínodo, considerada por el Papa como magisterio ordinario.
Tal es la importancia que se da a esta hoja de ruta que, en este tiempo, no se convocará ningún Sínodo temático hasta entonces. Y es ahí donde Francisco introduce un reactivo inédito. En octubre de 2028, por primera vez en la historia, se celebrará una Asamblea Eclesial en Roma. Será la puesta de largo de lo que ya se está viviendo en no pocas comunidades: la cumbre que certificará la plena ciudadanía del santo Pueblo fiel de Dios que auguraba el Concilio Vaticano II.