Madrid acoge por primera vez el Encuentro Europeo de Jóvenes de Taizé, convirtiéndose esta Navidad en algo más que en la capital del ecumenismo. Del 28 de diciembre al 1 de enero, más de 15.000 peregrinos serán testimonio vivo de una generación inquieta que busca algo más que una alternativa a los planes prefijados por la sociedad de consumo.
Así, con la oración como eje central, los jóvenes de Taizé se constituirán, a través de diferentes talleres y celebraciones, en un nuevo sínodo en donde compartirán sus sueños para construir esa fraternidad universal que anhelaba el hermano Roger. Si hace ocho décadas la reconciliación y la acogida se perfilaban como los pilares de esta comunidad monástica emergente, hoy estos valores se asoman con más urgencia si cabe, ante unos populismos y nacionalismos que polarizan a la opinión pública a través de discursos que condenan al diferente y alimentan el odio. No es extraño, por tanto, que el hermano Alois aterrice en Madrid con un canto que llama a redescubrir la riqueza en la diversidad. Tal y como explica a Vida Nueva, “ante el gran desafío de las migraciones, quisiera invitar a buscar cómo la hospitalidad puede convertirse en una oportunidad, no solo para los que son acogidos, sino también para quienes los acogen”.
Esta propuesta llega a la vez que el Papa clama ante la comunidad internacional para hacer suyo el Pacto Mundial para la Migración Segura, rechazado por Estados Unidos y Hungría, y justo cuando los políticos españoles están utilizando a los refugiados como arma arrojadiza, obviando que esta emergencia humanitaria es un fenómeno global que no se puede solucionar con muros y concertinas.
De ahí la relevancia de este encuentro, aquí y ahora, en el que los jóvenes cristianos alzarán su voz para recordar que no se puede separar credo de solidaridad ni fe de la responsabilidad sobre el prójimo, aunque no se comparta con él nacionalidad, lengua, raza o religión. Esta revolución tranquila que nace de Taizé se torna imprescindible ante tanta crispación. Una oportunidad para que toda la Iglesia se empape de la pasión transformadora de estos millennials que sorprenden por su capacidad para encontrarse con Dios, tanto en el silencio como en el rostro del hermano, huyendo de toda espiritualidad desencarnada y de todo activismo, donde la fe es un aderezo. Ojalá el aire fresco de este sínodo suponga algo más que un paso a 2019, para marcar un antes y un después en el que toda la comunidad creyente se vuelque en aplicar, sin demora, el ecumenismo de la caridad con el que viene de fuera a partir los cuatro verbos que propone Francisco: acoger, proteger, promover e integrar.