La emergencia sanitaria por el coronavirus va a impedir que el Día Internacional de la Mujer se celebre con la creciente movilización en las calles y plazas, como se venía haciendo en los últimos años.
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La limitación de los actos públicos reducirá la visibilidad, un hándicap que, sin embargo, constituye una llamada a abordar cómo se traducen en lo cotidiano esas reivindicaciones que se realizan en una jornada tan significativa, si cada fecha del calendario supone de verdad un 8 de marzo, una defensa constante de la dignidad de las mujeres y de los valores de la igualdad.
Un liderazgo minusvalorado
Interrogantes que deben plantearse la sociedad y la Iglesia. Queda mucho por hacer y las mujeres católicas tienen sobrados motivos para revolverse ante situaciones manifiestas de discriminación cuando representan la gran mayoría del Pueblo de Dios y con dotes más que probadas para un liderazgo minusvalorado.
Pero, lejos de dejarse llevar por la indignación, esa corresponsabilidad será real como comunidad fraterna solo si se entiende no como una guerra de las unas contra los otros, de un ‘quítate tú pa ponerme yo’. Sino, más bien, como un sueño compartido de todas con todos, de todos con todas.