El cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo, ha creado un grupo consultor para el Seminario Conciliar con la misión de asesorar y conectar de forma más intensa la formación y las actividades de los futuros sacerdotes con la vida diocesana. El equipo está integrado por tres sacerdotes, tres laicas y una religiosa. No resulta casual que la comisión tenga mayoría femenina en un espacio donde la presencia de mujeres es prácticamente nula. Más allá de algunas profesoras en las facultades de Teología, ellas no aparecen, ni siquiera de manera simbólica o anecdótica, en los centros formativos de nuestro país.
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Se trata, por tanto, de una asignatura pendiente que se recoge en la ‘Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis’, promulgada por el Dicasterio para el Clero en 2016. La hoja de ruta vaticana explicita la necesidad de que haya una presencia continuada y no intermitente “de la mujer en el proceso formativo del seminario”, en tanto que “tiene por sí misma un valor formativo, también en orden al reconocimiento de la complementariedad entre varón y mujer”.
Al aterrizar este enunciado, ya el anterior prefecto, el cardenal Marc Ouellet, expuso la razón de ser de esta medida: romper con “una concepción clerical” del itinerario para el futuro ministro ordenado. Al mismo tiempo, invitaba a una mayor implicación femenina, tanto en la enseñanza de la filosofía, la teología y la espiritualidad, como en su formación humana y pastoral, pero también en el acompañamiento y discernimiento de la madurez de los estudiantes.
Lamentablemente, todas estas sugerencias parecen haber caído en saco roto, lo cual no hace sino certificar la escasa docilidad de los máximos responsables de los seminarios a la hora de ejecutar una puesta a punto de acuerdo con las directrices vaticanas. Y ello revela una sospecha implícita que todavía sobrevuela sobre la mujer como un elemento discordante, cuando no incómodo, en un espacio reservado para los hombres como formadores y como formandos. Una sospecha que solo puede propiciar una concepción machista de la Iglesia.
Carencias de los jóvenes presbíteros
Esta errada concepción de la formación del seminarista hace imposible que se pueda hablar de una educación integral para el mundo de hoy. A la vista están las consecuencias de este aislamiento vital, por las lagunas afectivas, la ausencia de destrezas sociales, la falta de sensibilidad y los dejes tradicionalistas que denotan no pocos jóvenes presbíteros. En manos de obispos y rectores está –ahora que se encuentran en pleno proceso de reestructuración, tras el ‘toque de atención’ de Roma– continuar mirando para otro lado mientras la mitad del Pueblo de Dios solo tiene las puertas abiertas para ir de visita.