Editorial

Esconder el chaleco salvavidas

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Francisco ha viajado a Marsella el 22 y 23 de septiembre para clausurar los Encuentros del Mediterráneo, en los que obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes y autoridades civiles han abordado los desafíos de la región. A priori, las 30 horas de esta escapada papal podrían hacer pensar que se trataba de una visita menor. No ha sido así.



El discurso que Jorge Mario Bergoglio pronunció ante los participantes en este foro es uno de los más minuciosos y comprometidos sobre la cuestión migratoria, en un pontificado marcado de principio a fin por afrontar uno de los grandes desafíos globales y humanitarios de esta era. Durante su intervención, Francisco no solo se erigió en abogado de quienes se hunden en el mar, con un grito en defensa de su dignidad y derechos más básicos.

El Papa traza un minucioso plan de acción que, lejos de ser un cúmulo de propuestas idílicas e inconexas, están aterrizadas en el aquí y ahora. Por eso, lanzar este grito desde Marsella no es casual, puesto que la ciudad gala afronta día a día la riqueza que aportan los migrantes a la convivencia, la diversidad cultural y la economía, pero también los riesgos que conllevan la exclusión y la precariedad.

Entre las propuestas más pragmáticas, expuso que  “la solución no es rechazar, sino garantizar, en la medida de las posibilidades de cada uno, un amplio número de entradas legales y regulares, sostenibles gracias a una acogida justa por parte del continente europeo, en el marco de la cooperación con los países de origen”.

Esta sugerencia llega en un contexto preocupante. Por un lado, la presión migratoria se dispara, como refleja una Lampedusa desbordada, termómetro que mide a la vez ese alarmismo populista que deviene en rechazo y criminalización. Por otro, se confirma el bloqueo en la Unión Europea a la hora de aprobar una política común, plegándose a los países que apuestan por levantar muros de contención.

Naufragio de la civilización

Frente a ello, Francisco llama a acoger, proteger, promover e integrar como verbos a conjugar en primera persona del singular y del plural, por cada ciudadano y cada cristiano, pero, a la vez, como Iglesia y como sociedad. Y aunque este Papa no cae en giros apocalípticos, lamentablemente, no ha tenido más remedio que advertir sobre una de las consecuencias más trágicas todavía que la de los hombres, mujeres y niños que cada día se ahogan en el Mare Nostrum.

“La Historia nos llama a una sacudida de conciencia para evitar un naufragio de civilización”, reza la profecía papal. Mientras, Europa y los europeos siguen escondiendo su chaleco salvavidas, un egoísmo con efecto bumerán. Se olvidan, nos olvidamos, de que dejar que el otro se ahogue, supone firmar una sentencia de muerte colectiva: antes o después, nos hundiremos todos.

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