En 1997, los religiosos camilos abrieron su primer centro de escucha. Un proyecto tan pionero como arriesgado, pero que, con el paso del tiempo, ha resultado profético, pues, en menos de tres décadas, se han multiplicado estos espacios dentro y fuera de España y han servido de inspiración para otras tantas iniciativas similares en congregaciones, diócesis y realidades eclesiales. En la era de las enfermedades mentales, las carencias afectivas y las crisis vitales, que se acumulan cual síndrome de Diógenes interior, la Iglesia está redescubriendo uno de los grandes valores cristianos: la escucha como medicina.
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Es el auténtico estilo de Emaús, el de Jesús de Nazaret que sale al encuentro de los cansados y agobiados, a los que no alivia con palabrería, sino desde la escucha serena y paciente, sin prejuicios ni diagnósticos precipitados. Francisco ha insistido no pocas veces, a lo largo de estos más de diez años de pontificado, que urge recuperar y apostar por el “apostolado de la oreja”, siguiendo el proceder de un Dios que inclina el oído con humidad y respeto ante los gritos de su pueblo, que hoy se verbalizan en la depresión, el abuso, la soledad, la discriminación… Más aún, en una sociedad repleta de gurús que ofrecen un amplio muestrario de placebos nocivos para estas dolencias.
Por ello, este ministerio de la escucha debería situarse como una prioridad que implicara a toda la comunidad: sacerdotes, religiosos y laicos.
Para lograrlo, no basta la buena voluntad. Como demuestra la experiencia de los centros de escucha, urge una formación permanente en acompañamiento y equipos que sepan responder a las carencias afectivas, psicológicas y espirituales de forma integral. El riesgo de afrontar estos baches vitales de manera parcelada puede devenir en una perversa milagrería o en desterrar la fe por una absolutización de la razón. Tampoco tiene sentido sermonear al otro con discursos dogmáticos envasados al vacío.
Prólogo del abrazo
Ser Iglesia en salida no consiste, por tanto, en lanzarse a las calles con un discurso apologético ni con métodos mesiánicos de conversión. Estas soluciones a brochazos para las profundas úlceras que sufren el hombre y la mujer de hoy corren el riesgo de convertirse en un mero torniquete que contiene de forma efectista la hemorragia, pero que, a la larga, acarrea consecuencias letales porque el sangrado interior no cesa. Jesús salva desde el acompañamiento en lo cotidiano, propiciando una reconciliación personal que sea el prólogo del abrazo paternal en el sacramento del perdón.
La pastoral de la oreja pasa por acariciar las heridas del otro sin temor a contagiarse y auscultar su interior desde el silencio orante y la apertura plena de los oídos del corazón.