La emergencia humanitaria y social que está provocando el volcán de La Palma, está haciendo emerger lo mejor de una sociedad española volcada y de un pueblo canario que demuestra fortaleza y coraje frente a un episodio agónico de padecimiento sin fecha de caducidad.
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Asimismo, este suceso está poniendo a prueba a la Iglesia palmera, con unos sacerdotes, religiosos y laicos llamados a ser sostén y esperanza en medio de la fragilidad. Pero también tienen en sus manos dar respuesta a carencias emocionales, baches espirituales y necesidades materiales, que van a ser cuantiosos.
Afortunadamente, no hay que lamentar pérdidas humanas, pero sí muchos muertos en vida que han visto sepultada su esperanza. Si hasta el momento la generosidad de todos ha hecho posible que estén cubiertas las necesidades básicas de alimentación, ropa y techo de manera provisional, más complicado va a resultar acompañar a medio y largo plazo, teniendo en cuenta el duelo y el exilio de tantas familias que lo han perdido todo sepultado bajo la lava y que han de empezar de la nada a construir un futuro cuando todavía solo se ven cenizas y el volcán no para de rugir.