No se presentaba como una escala cómoda. El viaje a Egipto de Francisco planteaba, de entrada, un desafío en materia de seguridad, tres semanas después del doble ataque yihadista a dos iglesias coptas de Alejandría. Su sola presencia refuerza a toda la minoría cristiana y defiende per se la libertad religiosa en un país con déficit de derechos.
Sin embargo, no se movía únicamente en estas coordenadas la peregrinación. Junto al respaldo del ecumenismo de sangre, el horizonte se tornaba todavía más ambicioso: impulsar una alianza de religiones para romper con la identidad de violencia y Dios.
Cualquier gesto o palabra sacada fuera de contexto podría convertirse en arma de doble filo, como sucedió con la relectura errónea que se hizo del discurso de Ratisbona. Se podría volver no solo contra Francisco y los patriarcas Bartolomé y Teodoro, sino minar el camino iniciado por ese islam moderado que busca desmarcarse de forma inequívoca del Estado Islámico y de quienes lo alientan.
A juzgar por los primeros ecos, la Conferencia Internacional de Paz de El Cairo ha logrado su objetivo. Por primera vez se puede hablar de un pronunciamiento sin fisuras desde las más altas esferas del mundo musulmán, en la persona del gran imán de Al-Azhar, Ahmed Al Tayyeb, con los líderes cristianos como notarios.
La ausencia de una autoridad global musulmana a la manera del papa hace que asuma este rol el rector de la Universidad de Al-Azhar, donde se forman la gran mayoría de predicadores y ulemas del islam sunita. De ahí la relevancia de que certificara que “el islam no es una religión de terrorismo” y se desvinculara de aquellos “que malinterpretan los textos y propagan terror”. Y, sobre todo, que encontrara el aval de líderes cristianos para rubricar que “juntos afirmamos la incompatibilidad de creer y odiar”.
La tercera guerra mundial que preocupa al Papa no puede identificarse ya como una guerra de religiones ni puede ampararse en libro sagrado alguno. Desde esta premisa, la religión no es parte del problema, sino solución al mismo
Precisamente Francisco urgió a establecer las bases de un diálogo interreligioso sincero. Ahí nace una de las aportaciones más valiosas del Papa a la causa: promover un encuentro entre religiones alejado de ambigüedades, mensajes complacientes o estrategias adyacentes, sino que vaya encaminado a la búsqueda de la verdad, a entender al diferente no como enemigo, sino compañero de ruta en el sendero del Dios de la vida. Y en este camino de la recién constituida alianza de credos por la paz, solo cabe un extremismo que auspiciar: la caridad.