El encuentro de Francisco con Donald Trump hizo ver dos personalidades diferentes. Ambos tienen poder, pero su sentido del poder en nada coincide. Cada uno debe observar y sentir los problemas del mundo, pero es como si cada uno viviera en un mundo diferente. Todo contrasta, especialmente su visión del medio ambiente.
Para Francisco “todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada. Cada territorio tiene una responsabilidad en el cuidado de la familia humana” (Laudato si’ 42).
Francisco ve en esa unidad una necesaria conexión con los pobres del mundo: “un verdadero planteo ecológico se convierte en un planteo social que debe integrar la justicia en las decisiones con el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49).
La consecuencia de esto es la convicción de que “el cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (LS 70).
Es una visión que contrasta con la que culminó con la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París. Estados Unidos, que es el país más contaminador, se comprometió a disminuir entre el 26 y el 28% de sus emisiones antes del 2025. Esto supone un cambio de tecnología, especialmente en las que consumen carbón, por otra de energía limpia. Además, Estados Unidos contribuiría con mil millones de dólares para ayudar a países pobres en ese cambio de tecnología.
A cumplir todo eso se niega Estados Unidos en voz de su presidente Trump en nombre del lema “América primero”. Concretamente, para ayudar a la clase media blanca que rechaza, por costosos, los cambios de tecnología y prefiere seguir quemando carbón y produciendo gases de efecto invernadero.
Mientras Trump defiende las utilidades de los industriales de su país, Francisco se preocupa por los pobres. “El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra”. “Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales, de la agricultura, de la pesca y los recursos forestales” (LS 25).
Son, pues, dos visiones opuestas, puestas en evidencia por la decisión política del presidente Trump. Al mismo tiempo, la coyuntura destacó el que debe ser el papel del cristiano en la gestión ambiental, como algo fundamental y no como un asunto secundario y prescindible, como un problema de conciencia y no de sola estética.
La reacción de las naciones del mundo en favor del proyecto colectivo contra el calentamiento global le da la razón a Francisco cuando introduce en Laudato si’ dos elementos poderosos que cambiarán la política de los países con el medio ambiente:
1. La deuda ecológica. Refiriéndose a una ética de las relaciones exteriores, Francisco habla de “una verdadera deuda ecológica, particularmente entre el Norte y el Sur”, relacionada con “desequilibrios comerciales y con el uso desproporcionado de los recursos naturales” (LS 51).
2. La administración de los bienes de todos. Escribe Francisco: “El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es solo para administrarlo en bien de todos”. Citando a los obispos de Nueva Zelanda, agrega: “un 20% de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir” (LS 95).
Este sentido de responsabilidad universal es el que acentúa el contraste con la mirada de Trump, limitada a la defensa de los intereses de sus electores blancos. También explica el severo gesto con que aparece Francisco en las fotografías del encuentro. Aún no lograba asimilar lo que había escuchado al millonario estadounidense, más empresario que presidente.