El Tribunal Superior de Australia ha anulado la sentencia a seis años de prisión al cardenal George Pell tras ser acusado por abusos sexuales contra dos menores en los años 90. Concluye así un calvario para quien fuera ‘ministro’ vaticano de Economía, después de pasar 404 días encarcelado y casi tres años después de que se iniciara el proceso judicial contra él. Aunque ya es libre, nadie ni nada podrá compensar el daño irreparable que ha sufrido en este tiempo.
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Aunque las denuncias falsas sobre pederastia eclesial son mínimas, la condena social padecida por el purpurado es una llamada de atención sobre cómo esta lacra ha arrasado con la imagen pública de los presbíteros en general. En particular, ha dilapidado la trayectoria de quienes han transitado la misma senda de Pell, como el cardenal francés Philippe Barbarin o el padre Román, en España.
Hoy por hoy, la tolerancia cero, acompañar a las víctimas y reforzar los protocolos preventivos son las únicas herramienta para frenar el clima de sospecha clerical y transparentar una Iglesia que no solo es espacio seguro para los menores, sino la institución que más lucha por los derechos de la infancia en todo el planeta.