Editorial

George Pell o cómo recobrar el honor perdido

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El cardenal autraliano George Pell comienza a salir del abismo personal que ha sufrido después de que se le absolviera de los delitos sexuales contra menores por los que acabó 404 días en prisión. Así lo comparte en una entrevista con Vida Nueva en la que, a pesar del calvario, admite que “mi fe es todavía más fuerte”, renueva su confianza en la justicia y siente “gran simpatía” hacia las que describe como “víctimas auténticas”.



Y es que, aunque el número de denuncias falsas en materia de pederastia eclesial es ínfimo, en el caso del que fuera prefecto de Economía se ha cumplido la excepción y destiñe el dolor de tantas y tantas víctimas. Como él mismo explica, en su periplo por los tribunales “se creó una atmósfera envenenada contra mí y contra la Iglesia”.

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Lo ocurrido con el purpurado pone de manifiesto, una vez más, los efectos nocivos de los juicios paralelos, la presión pública e incluso “las fuerzas de la oscuridad” que él mismo expone. Todo ello pone en riesgo el derecho a la presunción de inocencia y, a toro pasado, pone encima de la mesa la dificultad para recobrar ese honor y diginidad perdidos por el camino, y despejar esa sombra de la sospecha que siempre queda.

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