Publicado en el nº 2.734 de Vida Nueva (del 18 al 24 de diciembre de 2010).
Es posible leer los relatos de la infancia de Jesús como una obertura que anuncia y compendia los grandes temas de lo que luego desarrollan los evangelios. Vendrían a ser un magnífico y condensado resumen de lo que va a seguir, la vida entera de Jesús como plena presencia del Dios humanado entre nosotros. Por eso, es bueno que la comunidad cristiana y cada uno de los seguidores hagamos estos días memoria especial de aquellos acontecimientos primeros, como hacemos memoria de la vida pública de Jesús. Desde hace años, Metz nos ha acostumbrado a contemplar nuestra fe como la memoria vitae Christi.
Y ¿qué es lo que tenemos que recordar? ¿De qué acordarnos? Si somos capaces de romper con las lecturas edulcorantes al uso, descubriremos que Mateo y Lucas nos cuentan el comienzo de una historia nueva o, mejor, el comienzo de la novedad en la historia. Por un lado, se nos narra la historia de siempre, la de los poderosos que usan el poder en provecho propio, recurriendo incluso a la violencia asesina sobre los más indefensos (Herodes), con la colaboración de los sabios incorporados al sistema, que proporcionan “neutramente” toda la información necesaria para que esos planes se ejecuten. Y también está en la misma orilla la insensibilidad excluyente de una sociedad satisfecha, que hace de las puertas cerradas su signo de identidad, hasta el punto de no poder o no querer acoger a una mujer a punto de dar a luz.
En el otro lado, comienza una historia alternativa, la del mundo de los sencillos y los excluidos que, por primera vez, se transforman en los verdaderos protagonistas, los preferidos, por elegidos, de Dios: una pareja con visos de irregularidad, un pesebre (lugar de la impureza), un grupo de pastores (pecadores por su profesión), la sabiduría extranjera, la del otro, el extraño, pero la única capaz de reconocer de verdad las cosas (los Magos) y, sobre todo, un niño recién nacido, la indefensión absoluta. Es cierto: como ha escrito recientemente González Faus, “otro mundo es posible… desde Jesús”. Con él empieza otra cosa, lo que ese niño, muchos años después, llamará simplemente el Reinado de Dios.
De esto hacemos o deberíamos hacer memoria, memoria que, por ser de esto y no de otras cosas, debería ser una memoria subversiva y transformadora. Por fin, los pequeños, los últimos y los olvidados reciben una buena nueva: que Dios los ama especialmente a ellos, que Dios, cuando viene a este mundo, gusta de transitar por los caminos de los pequeños y los débiles, de las víctimas y los sufrientes.
¿Es esto lo que celebramos y recordamos? Alguien ha dicho que nuestro modo de celebrar la fiesta del Niño de Belén se parece a algo tan contradictorio como celebrar el “Día de los niños diabéticos” atiborrándonos de dulces. Y tal vez lleva razón. La memoria subversiva del nacimiento del Mesías Jesús nos tendría que llevar a vivir estos días con una mayor conciencia de ser el “resto” alternativo que tanto necesita nuestra sociedad: buscando la sencillez, la apertura al Dios que viene (lo cual tal vez implicaría, entre otras cosas, rezar un poco más), el silencio y el recogimiento, el compartir discreto, callado y eficaz con todo y todos los que podamos…
¡Qué lejos de las luces, el espumillón y las comidas y bebidas abundantes! ¡Qué lejos del discreto encanto de la espiritualidad burguesa, sólidamente amparada “en la intimidad del hogar”, tras las puertas cerradas de la casa, a salvo de la interpelación de la solidaridad con el sufriente, que el Niño inaugura!
Feliz memoria de Jesús que nace.
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