EDITORIAL VIDA NUEVA | Estamos en el gozoso tiempo pascual. Un mensaje de alegría, paz y esperanza sale del corazón de la Iglesia, que ha celebrado la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo en el Triduo Pascual y se ha asomado a la tumba vacía para contemplar, derrotada, a la muerte y a sus aliados tras el combate. Porque en la tumba quedó el odio que nos impide ser amigos, el pecado que imposibilita la fraternidad. En la tumba, junto al sudario, quedó el hombre viejo.
La Iglesia y el mundo no pueden seguir buscando entre los muertos al que es la Vida. Ahora se dispone a vivir, un año más, una Pascua renovada y abrir las puertas de su corazón a la fuerza redentora de Jesús. Suena aquí, con fuerza, la invitación que presidió todo el pontificado de Juan Pablo II, “¡Abrid las puertas al Redentor!”, y que en este segundo domingo de Pascua adquieren particular significación con motivo de su beatificación.
Un gozoso mensaje de esperanza y de vida es el que en estos días recibe el cristiano, la Iglesia y el mundo entero. El anuncio pascual llega a todos los pueblos de la Tierra, buscando que toda persona de buena voluntad se sienta protagonista en este día en que actuó el Señor, el día de su Pascua, en el que la Iglesia, con radiante emoción, proclama que el Señor ha resucitado.
Este grito que sale del corazón de los discípulos ha recorrido los siglos y, ahora, en este preciso momento de la historia, vuelve a animar la esperanza de la humanidad con la certeza de la resurrección. El anuncio de que el Señor ha resucitado ilumina las zonas oscuras del mundo en que vivimos. Si Cristo no hubiera resucitado, el “vacío” acabaría ganando. Si quitamos a Cristo y su resurrección, no hay salida para el hombre y toda su esperanza sería ilusoria. Pero, precisamente en estos días, irrumpe con fuerza el anuncio de su resurrección, que responde a la pregunta recurrente de los escépticos. Todo se ha renovado en la mañana de Pascua. Esta es la novedad. Una novedad que cambia la existencia de quien la acoge.
La resurrección de Cristo es nuestra esperanza. La Iglesia proclama esto con alegría: anuncia la esperanza, que Dios ha hecho firme e invencible resucitando a Jesucristo de entre los muertos; comunica la esperanza, que lleva en el corazón y quiere compartir con todos, en cualquier lugar, especialmente allí donde los cristianos sufren persecución a causa de su fe y su compromiso por la justicia y la paz; invoca la esperanza capaz de avivar el deseo del bien, también y sobre todo, cuando cuesta trabajo por las muchas dificultades, como sucede en países en los que existe una clara y objetiva persecución, denunciada por el Papa en estos últimos días, pero también en aquellos otros, de viejo cuño cristiano, en donde la persecución se hace más larvada, pero más intensa.
La Iglesia canta: “Este es el día en que actuó el Señor” e invita al gozo. La Pascua del Señor abre la posibilidad de la restauración. Contemplando el rostro del Señor Resucitado, los discípulos restauraron sus vidas, zarandeadas por la duda tras la tarde del Viernes Santo. Restaura el corazón de cada cristiano que se reencuentra con Él en estos días en la liturgia, en la fiesta, en la convivencia, en la lucha por la paz y la justicia. Restaura el corazón de la Iglesia, que no puede perder de vista todo cuanto ha celebrado con fe y que ha de renovarse en la luz pascual. Pero también restaura el rostro del mundo, que necesita de una razón para vivir.
La Pascua es esa ocasión, y un gozo inmenso nos embarga cuando contemplamos en el horizonte la figura de Cristo que disipa las tinieblas y abre el futuro.
Editorial correspondiente al número 2.751 de Vida Nueva (del 30 de abril al 6 de mayo).
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