El pasado 6 de abril falleció Hans Küng a los 93 años. Su fallecimiento llega sin que Roma le rehabilitara después de que Juan Pablo II le tachara de teólogo “no católico” y retirara la venia docente al sacerdote y pensador del siglo XX más más leído del planeta.
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- A FONDO: En la muerte de Hans Küng: epílogo del teólogo incómodo
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Se fue con esa espina a pesar de su encuentro con Benedicto XVI en Castelgandolfo, las cartas con Francisco y su bendición final, que supusieron algo más que un gesto para reconocer su incuestionable aportación a la cristología, a la eclesiología y a la filosofía de las religiones.
El quehacer de Küng aglutina a una generación de no pocos investigadores católicos que apostaron por una teología valiente y de frontera, mediadores entre la fe y la cultura, evangelizadores en tanto que divulgadores, sin sentirse condicionados por el “siempre se ha pensado así” ni atrapados por una intelectualidad alejada de la vida.
Esta libertad intelectual y de expresión que siempre incomoda, como lo hace toda palabra que se sale del discurso instalado, abre nuevas rutas para cruzar al otro lado del mar de Galilea. Sin embargo, lejos de entenderse como un sano debate desde la cultura del encuentro, este ejercicio de trascender y trascenderse se consideró amenaza, desviación y desacato.
Desaprovechando la oportunidad para generar un sano diálogo en la búsqueda de cómo responder a los signos de los tiempos desde la fidelidad al Evangelio, se optó por juzgar antes que por compartir la mesa de la comunión.
A pesar del dolor que supuso en el caso del teólogo teutón, dada su honda vocación sacerdotal y su profundo sentimiento de pertenencia eclesial, la sentencia vaticana no logró frenarle. Más bien, le permitió desarrollar esa pasión inicial por el ecumenismo de su tesis doctoral, que desembocó en una sólida propuesta sobre el papel de las religiones para configurar una ética global. Sin duda, unos postulados que entroncan con la propuesta que lanza la encíclica Fratelli tutti.
Riqueza de la diversidad
La ardua travesía del profesor Küng invita a reflexionar sobre la deriva en la que puede caer la teología si se encierra en sí misma y no es capaz de transmitir la verdad de la fe abriéndose a una dimensión profundamente humana y, por tanto, verdaderamente divina.
Un teólogo de despacho y una Iglesia de sacristía, incapaces de valorar la riqueza de la unidad en la diversidad, de conectar con otras disciplinas y de confrontarse y complementarse con el que piensa diferente, no podrán considerarse evangelizadores en salida, sino en retroceso.
Solo podrán ofrecer lo que se espera de ellos en la medida en que esté al servicio respondiendo a las inquietudes de las mujeres y los hombres de hoy, que se siguen preguntando qué es ser cristiano.