La ideología de género es una preocupación de primer orden, como recoge Amoris laetitia. “Niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencia de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia”, recoge la exhortación ante los múltiples proyectos que buscan incidir en el día a día de los ciudadanos, imponiéndose como un pensamiento único.
España no es ajena a esta encrucijada. Por eso, con la ley promovida por Podemos de fondo, el Episcopado español ha abordado en la Asamblea Plenaria sus efectos en la libertad religiosa, de expresión, de prensa, de cátedra… Y es que lejos de luchar contra la discriminación del colectivo LGTBI, bajo esta bandera se busca borrar la diferencia sexual biológica y manipular la condición humana.
Es lo que el Papa ha denominado “colonización ideológica”, que cala poco a poco, lo que dificulta presentar un modelo alternativo, aunque goce de mayores argumentos. No basta con gritar a los cuatro vientos las amenazas del gender. Es más, se corre el riesgo de que, al subir los decibelios, se genere el efecto contrario: un cordón sanitario que aisle a la Iglesia de la gente.
Esto no significa renunciar a plantear con claridad y firmeza sus principios. Pero sí estudiar el tono y la forma en que se exponen ante la opinión pública y a las autoridades. Tal y como señaló el nuncio Renzo Fratini en la Plenaria, hay que hacer ver que “la Iglesia, ni en su doctrina ni en su actuación, puede ser identificada con posturas contrarias a la dignidad de la persona humana”, al igual que Jesús “no ha dado de lado a las oportunidades de acoger a todas las personas, sin mirar su condición u orientación sexual”.
Visibilizar que la comunidad creyente sale al encuentro del otro es el desafío más acuciante frente a quienes quieren caricaturizar una fe católica que persigue y condena.
En esta pedagogía de lo cotidiano, la Iglesia se la juega. En el acompañamiento personal, la ideología de género se pone frente al espejo que refleja el ser humano en su plenitud, con sus dones y fragilidades.
Es en el aula, en la parroquia o en el hospital, donde los cristianos pueden hacer que el otro no se sienta juzgado, sin tener que aprobar leyes aparentemente igualitarias. Sacerdotes, religiosos y laicos caminan con el otro en una pastoral inclusiva que, todavía, es vista como frontera por la falta de sensibilidad, conocimiento, formación, tabúes y estereotipos varios.
Estos muros se desvanecerán en la medida en la que la Iglesia no se limite a parcelar entre heterosexuales, homosexuales o transexuales, sino que viva y sienta que acompaña simplemente a hermanos, a hijos de Dios.
A FONDO [SOLO SUSCRIPTORES]
- Ideología de género: la pastoral ‘trans’. Por José Lorenzo
- Acompañar sin ideologías. Por Rubén Cruz
- Opinión: Las leyes de género y la escuela católica. Por José María Alvira, secretario general de Escuelas Católicas