Editorial

Iglesia doméstica en serio

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En el conversatorio sobre la familia como Iglesia doméstica se dijeron verdades que eran conocidas pero que debían ser recordadas; también aparecieron enfoques que pueden inspirar nuevas miradas.

Por ejemplo, parece obvio que el papel del laico comienza en su vida en familia, y que el ejercicio de la fe tiene sus más elementales manifestaciones en la vida familiar. Una idea tan elemental muestra, sin embargo, el origen de la pasividad o de la actividad de los laicos en la Iglesia.

Una familia en la que la vida de fe es asunto privado o en la que la Iglesia se deja de puertas para afuera nunca podrá ser Iglesia doméstica ni un fecundo semillero de virtudes cristianas. De allí podrán salir ciudadanos correctos pero será imposible que en ese ambiente se formen líderes de la vida cristiana.

En cambio, el cristianismo activo, fermento y sabor de la sociedad, comienza como un modo de ser de la familia. Esas familias, espontáneamente, se convierten en lugares de iniciación religiosa, anteriores a las acciones catequísticas parroquiales, que son complemento y consolidación de la evangelización familiar.

Un elemento de esa evangelización familiar es el clima de apertura al otro y de superación de los individualismos, de que hablaba el doctor Álvaro Rivera. Esto, que en la catequesis formal es parte del deber ser, en la vida familiar es parte del ambiente y de las prácticas cotidianas. Compartir, ayudar, aconsejar, perdonar, acompañar, mostrar afecto, son acciones de todos los días, que se repiten de modo natural y sin presión exterior alguna. Hacen parte del ser en familia y se convierten en el fundamento y la expresión de la vida de fe. Es la fe que vive en las obras.

Ante la crisis de relación del mundo de hoy, esta apertura al otro convertida en costumbre es una respuesta y una clave. Que la relación en las parejas se ha vuelto efímera; que las separaciones y divorcios se multiplican; ¿cómo prevenir ese mal de la sociedad?

Es indudable que ese ejemplo de tolerancia, de servir al otro antes que a sí mismo, que es el modus operandi propio de la familia, es una medicina preventiva, una respuesta a uno de los males del siglo.

En el conversatorio tuvieron eco las voces escuchadas durante el sínodo, en las que se trazó el perfil de la pastoral familiar que requieren las parejas en nuestros días, como bien lo recordó el padre Antonio Velásquez.

Llamó la atención el énfasis con que se repitió el pedido de un pastor que acompañe. Lejos de las fórmulas generales, en las que el pastor actúa frente al grupo, aconseja e ilustra a su comunidad, aparece otra clase de pastor: el que conoce a cada una de sus ovejas; el que hace parte del entorno de cada una de las familias, el que sabe del dolor, la ansiedad o las angustias de cada uno y llega a ser el confidente, el compañero, el consejero, el que lleva siempre una voz de aliento. Es la pastoral individualizada.

También fue eco de la voz del Papa el llamado a una pastoral de la misericordia, siempre dispuesta a la comprensión, tarda para juzgar, cercana a los que sufren, aliento para los que luchan y atenta a las necesidades de las familias. Una pastoral así introduce cambios significativos en la práctica parroquial: impone otro tono a los sermones y homilías; les da otro acento a las relaciones personales con la feligresía, modifica la mirada sobre la vida de la gente, inspira actividades múltiples porque crea una permanente necesidad de dar y de prestar ayuda. Hace desparecer la suficiencia y frialdad del juez que solo absuelve o condena y hace emerger en el pastor, al padre o al hermano.

La pastoral deja de tener un sentido vertical y autoritario y asume una horizontalidad de fraternidad.

Llamó la atención el aporte de quien destacó la importancia que en las relaciones de pareja tienen los asuntos económicos, fuente de errores, de sufrimientos o de conflictos. Una pastoral en clave horizontal permite ayudar en estas materias, lo mismo que en aspectos de salud o de crianza de los hijos.

En una palabra, al fortalecerse como Iglesia doméstica, la familia encuentra el apoyo y la guía para consolidarse como familia. Se configura así un círculo virtuoso en el que se potencian las posibilidades de la familia y de cada uno de sus miembros.

Reiteraba Stella Rodríguez que estas posibilidades de la familia se obtendrán a cambio de que se la tome en serio, como Iglesia doméstica. La denominación debe ir más allá del juego retórico o de una formulación idealista. Tomarla en serio es hacer a la familia abierta a la vida, al Evangelio, a la fe, y transformarla en ambiente propicio para la comunión y la participación; es decir, la realización de sus más ambiciosas posibilidades.