Editorial

JMJ: en las redes de los jóvenes

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Este verano se cumplen diez años de la celebración de la XXXVI Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que acogió la ciudad de Madrid y que implicó a toda la Iglesia española en el que, sin duda, ha sido uno de los acontecimientos pastorales de mayor envergadura de cuantos se han organizado en nuestro país. Bajo el lema Arraigados y edificados en Cristo. Firmes en la fe, dos millones de jóvenes se sumaron a una aventura que tuvo como colofón un tú a tú multitudinario con Benedicto XVI.



Diez años después, resulta inevitable preguntarse por los frutos de un evento como este, con la tentación de encontrar en las cifras una respuesta que justifique aquella ingente movilización de recursos humanos y económicos. El esfuerzo de todos y una impecable gestión, que aunó una colaboración público-privada ejemplar de los actores implicados, desembocó en un macroevento sin apenas incidencias.

Además, se logró que fuera sostenible, o lo que es lo mismo, que, lejos de generar un agujero en la hucha eclesial como ha ocurrido con otras citas de este tipo, se alcanzara un superávit que permitió financiar proyectos para colectivos vulnerables dentro y fuera de nuestras fronteras.

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Este mismo baremo en lo organizativo podría trasladarse erradamente al plano pastoral, buscando en esta década un repunte en las vocaciones a la vida consagrada y sacerdotal o un punto de inflexión en la mirada de los jóvenes al hecho religioso. Ni lo uno ni lo otro, al menos en España.

Quien pretenda conceder a una JMJ el poder de provocar conversiones inmediatas en masa, no solo se equivoca de plano, sino que desconoce la razón de ser de estas jornadas. A este repecto, hay quien deja caer que si no es más que una exhibición de músculo de la institución, incluso un espejismo. Quedarse en este análisis implicaría dejarse atrapar por la superficie de la marabunta.

Encuentro verdadero con Cristo

La JMJ es una iniciativa más que loable, que nace de la intuición profética del cardenal Eduardo F. Pironio y que Juan Pablo II supo encauzar y amplificar hasta convertirse en un icono de su pontificado. Una acción pastoral que solo tiene sentido en el marco de un plan de evangelización. Está claro que participar de forma aislada en una de estas convocatorias puede provocar un jaqueo para cualquiera que se deje llevar mínimamente por el ambiente y esté abierto a lo trascendente.

Resulta inevitable dejarse interpelar cuando uno se topa de repente con una muchedumbre de coetáneos que han recorrido miles de kilómetros para compartir su fe. Pero este flashazo solo irá más allá del deslumbramiento inicial si se enmarca en un proceso cotidiano de acompañamiento personal y comunitario que permita un verdadero encuentro con Cristo.

Cualquiera necesita en su día a día, en sus relaciones con los demás, en su trabajo y, por su puesto, en su relación con Dios, de acontecimientos extraordinarios que rompan con la rutina, refuercen y motiven. Todo dentro de un deseo de despertar la vocación cristiana y de reavivar la espiritualidad al que se suman peregrinaciones, convivencias, retiros, ejercicios espirituales…

Potencialidades

Por eso, las JMJ no solo son necesarias, sino más que pertinentes como mediación en un itinerario complejo para apoyar el crecimiento cristiano. Así, con la mirada puesta más allá de la cita de Lisboa en 2023, es tiempo de adentrarse en una dinámica permanente de actualización de la pastoral con jóvenes, desde la realidad en la que se mueven, con sus inquietudes, sus flaquezas y, sobre todo, sus potencialidades. Sin perder las raíces, pero sin dejarse atrapar por lo que funcionó ayer, aunque quizás hoy esté desactualizado.

Solo en diálogo y escucha, con los jóvenes como protagonistas y no como espectadores de su historia vital –según Christus vivit–, la Iglesia podrá reconectar, dentro y fuera de las JMJ, con una generación entregada a otras redes sociales –en el sentido más amplio y concreto– que no son competencia o distracción, sino aliadas; y, sobre todo, reconectará con el mundo en que se mueve y en el que, sin duda, también se mueve Jesús de Nazaret.

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