Madrid cuenta, desde el pasado 12 de junio, con nuevo arzobispo: José Cobo, que toma el relevo del cardenal Carlos Osoro que, durante nueve años se ha gastado y desgastado por la diócesis. El nuevo pastor madrileño inicia su ministerio con 57 años, la misma edad que tenía Antonio María Rouco Varela cuando arrancó su andadura en la capital y empezó a diseñar su hoja de ruta para la Iglesia española.
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Sería un error de bulto tomar la juventud episcopal de Cobo como sinónimo de inexperiencia. El arzobispo electo conoce como pocos los recovecos del enjambre diocesano, una amalgama de parroquias, congregaciones, movimientos, realidades eclesiales… no siempre fácil de integrar. Párroco por vocación, conjuga en primera persona la Doctrina Social de la Iglesia, motivo por el que algunos le consideran menos apto para el puesto que si fuera canonista o moralista.
Cobo no parte de cero. Durante el pontificado de Osoro, siempre y hasta el último minuto con la bendición del purpurpado, ha certificado un liderazgo determinante y sosegado a la vez, tanto en el acompañamiento como en la gestión, abanderando las iniciativas más innovadoras que se han puesto en marcha en esta década. Además, ha salido al quite de los aciagos contratiempos que se han multiplicado en los últimos tiempos y ha afrontado los constantes ataques –que han derivado en humillaciones– sufridos junto a Osoro, por parte de quienes nunca aceptaron la apuesta de Francisco para que Madrid fuera laboratorio del aterrizaje definitivo del Vaticano II. Estas resistencias han contagiado a parte del clero y se han traducido en filtraciones curiales y mediáticas, con el riesgo de fracturar la unidad.
El perfil que se espera
Frente a la creciente crispación, en Cobo van a encontrar a un hombre de comunión, a la vez que diligente y sagaz, tanto para promover el diálogo intraeclesial como para resituar a la comunidad católica en medio de una sociedad secularizada y, a la par, polarizada. Es el perfil que se espera de aquel, que no solo está llamado a pastorear el territorio eclesiástico más populoso, relevante y complejo de nuestro país.
La designación de Francisco pone en la palestra a un discípulo misionero, consciente de que todo aquello que se ate o se desate en la Villa y Corte tiene una repercusión directa en la Iglesia española. Porque el arzobispo de Madrid no es el presidente del Episcopado, pero –guste o no– ejerce, sin pretenderlo, como referente en lo social, rostro visible ante los políticos y motor eclesial que puede frenar o impulsar esa reforma conciliar pendiente que todavía se le atraganta a parte del episcopado y del clero español. No es encomienda menor la que asume José Cobo, el arzobispo ‘desatanudos’.