Francisco beatificó el domingo 4 de septiembre a Juan Pablo I, convirtiéndose así en el quinto pontífice del siglo XX que sube a los altares. Sin embargo, reconocer al hombre que protagonizó un pontificado de tan solo 33 días supone poner de relieve no tanto el sacrificio que implica el desarrollo del ministerio papal en sí mismo, ya que el infarto no le dejó margen.
- PODCAST: Juan Pablo I, la persona tras el beato
- A FONDO: Beato Juan Pablo I: la sonrisa que no engaña
- OPINIÓN: El novicio del Concilio. Por Stefania Falasca
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En su caso, se trata más de apreciar 65 años de entrega previa al Evangelio que dibuja la respuesta de un discípulo a cada uno de los desafíos que, a modo de llamada, le fue planteando su Maestro. Toda una vida que suele quedar opacada cuando se reconoce la santidad de los sucesores de Pedro. Así, se pone en valor la ejemplaridad de la trayectoria del hijo migrante de un obrero que empezó de coadjutor parroquial en su pueblo y en quien se confió como patriarca de Venecia.
Aunque resultaría errado elucubrar qué tipo de papa habría sido, en su labor pastoral como Albino Luciani ofreció no pocas señales de por qué los cardenales confiaron en él para aterrizar las novedades del Vaticano II que apuntaló Pablo VI. Es más, en su ser y hacer se transparenta un modelo eclesial profético, que Francisco hizo suyo con una determinación significativa en la homilía de la eucaristía de la multitudinaria celebración en la Plaza de San Pedro.
Así, se detuvo en diez pinceladas que hablan de un vínculo directo entre el conocido como ‘Papa de la sonrisa’ y la alegría del Evangelio que abandera el pontífice argentino: “Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, el rostro sereno, el rostro sonriente, una Iglesia que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada, no es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado cayendo en el ‘involucionismo’”.
Luciani sigue vigente
Con estas palabras, se reivindicaba una conexión directa entre ambos, en la semana en la que todo el Colegio cardenalicio respaldaba una reforma que contribuye a retomar la recepción conciliar. Poco más se puede añadir sobre las intuiciones de Luciani hoy vigentes en Bergoglio, que ha subrayado ya con su impronta en estos nueve años como obispo de Roma.
Por eso, remitirse a él como ‘el Papa de la sonrisa’ no puede interpretarse como el elogio a una actitud estética, sino que habla de esa hondura espiritual que Francisco identifica como “la alegría del Evangelio”. Ojalá la beatificación de Juan Pablo I permita redescubrir a la Iglesia que no tiene más atajos para evangelizar que poner el amor misericordioso por delante, para hacer realidad el encuentro con el hombre y la mujer de hoy. Un reto que solo es posible, como cerró Francisco en su homilía, con “la sonrisa del alma, que es transparente, que no engaña”.