La Conferencia Eclesial de la Amazonía es una realidad. Se trata del fruto más visible, tanto del Sínodo del pasado mes de octubre como de la posterior exhortación papal, ‘Querida Amazonía’. Un ente inédito en fondo y forma, en tanto que aglutina en su organigrama a diferentes organismos regionales, y en el que no solo los obispos tienen voz y voto, sino que se trata de un mano a mano con los principales actores, que son los pueblos nativos. Una apuesta por la sinodalidad que pone a América Latina en la avanzadilla de una reforma eclesial, para situarse en primera línea de una de las principales emergencias humanitarias del planeta, y que sin duda, es una de sus prioridades evangélicas.
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La propia estructura de esta nueva Conferencia habla de operatividad, no para controlar a cuantos trabajan ya en la defensa de la Casa común, sino para sumar, respaldar e impulsar las iniciativas que están por venir. Pero, sobre todo, transpira una conversión pastoral que precisa de audacia y valentía para actuar con celeridad, sin esconderse en el peso de la historia. Porque, como demuestra la puesta de largo de la nueva Conferencia, lo mejor está por llegar. Y no solo para la Amazonía.