El Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes ha concluido después de un mes de trabajo con un documento final que, mediáticamente, ha dejado tras de sí una llamada a una “reforma histórica” en materia de abusos, al “deber de justicia” sobre el papel de la mujer y al acompañamiento a los homosexuales. Cuestiones de actualidad que reflejan cómo esta cita no solo se ha limitado a abordar la pastoral juvenil, sino que muestra la implicación de las nuevas generaciones en todos los ámbitos de la vida eclesial.
Y es que han sido los jóvenes el acicate, tanto en el aula sinodal como en los grupos menores en los que han participado más activamente de lo que les correspondería, haciendo resonar estos y otros temas, además de ahondar en otros asuntos de vital importancia, como el acompañamiento espiritual, la renovación de una pedagogía afectivo-sexual, las migraciones, el desempleo, las adicciones, la formación en los seminarios…
Todo sobre la mesa con esa partitura de la sinodalidad que comenzó a interpretarse en los foros sobre la familia, y que ahora ha vivido su puesta de largo, no sin dificultades ante la querencia de algunos a confiar más en el discurso cerrado, traído de casa, que en la apertura a lo que el otro pueda cuestionar y, por tanto, enriquecer.
El Papa ya tiene en sus manos este texto final, si bien en los constantes encuentros informales que ha mantenido con los actores sinodales, se ha empapado de sugerencias y debates varios que solo se vislumbran como insinuaciones en las conclusiones aprobadas por los padres sinodales. 167 puntos que, ante determinados enunciados tan genéricos, dejan la sensación de estar a medio camino de esa profecía requerida para dar un salto de fe. Por eso, no conviene perder de vista la frescura del texto presinodal que los propios jóvenes elaboraron en marzo, y en el que se lanzaban no pocas líneas de acción para aplicar en las Iglesias locales.
Con todas estas claves, el Papa cerró el Sínodo con la certeza de que “fue una buena vendimia y promete buen vino”. Le corresponde, como bodeguero con olfato y dotes para la cata, moverse entre las barricas para iluminar, a través de una futurible exhortación postsinodal, hacia dónde debe caminar todo el Pueblo de Dios, para que de una vez los jóvenes pasen de ser espectadores a sujetos activos. Pero, principalmente, para que la Iglesia lleve a cabo ese cambio “decisivo, inmediato y radical” que reclama el documento final, para salir al encuentro de esa abrumadora mayoría de millennials y de la Generación Z que viven ajenos del Evangelio y a la viña eclesial. A ellos, como evalúan los jóvenes auditores tras un mes de encierro, ya no les valen las palabras, solo los hechos, un vino de calidad.