Ávila ha acogido la Asamblea General del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos, asociación de fieles reconocida por la Santa Sede, que celebra el 50º aniversario haciendo suya la premisa de Francisco de “tierra, techo y trabajo para una vida digna”. Que nuestro país haya sido elegido para esta cita invita a reflexionar sobre el papel de la Iglesia española en este ámbito.
La crisis económica ha puesto de manifiesto cómo sacerdotes, religiosos y laicos han salido al rescate de las víctimas, no solo con medidas de urgencia, sino con iniciativas integrales: talleres de formación, planes de promoción, asesoramiento y búsqueda de empleo…
Una entrega a pie de obra que no siempre se ha correspondido con el pronunciamiento público esperado ante la pérdida de derechos laborales y sociales y el sufrimiento de las miles de familias afectadas. De hecho, hasta que se publicó ‘Iglesia, servidora de los pobres’ en 2015 –ya había signos de recuperación–, no hubo documento de primer orden por parte de la Conferencia Episcopal al respecto.
Es más, hubo un tiempo en que se llegó a sospechar de quienes exigieron un mayor compromiso ante los poderes públicos, silenciando lo que la propia Iglesia reconoce como auténtico apostolado. Lo sufrió la HOAC. Y lo padece en estos días Cáritas por parte de quienes consideran que su invitación a una mayor activismo empaña su labor benéfica.
Francisco, con su grito contra la economía que mata, la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte, ha reactivado la defensa de los derechos de los trabajadores en el léxico católico. No es una moda ni un invento suyo. La justicia social está enraizada en la Doctrina Social de la Iglesia.
Por eso, cabe preguntarse si esta denuncia evangélica se ha integrado más allá de las palabras en la agenda real de nuestras comunidades. Es fácil evaluarlo a la luz de ‘Iglesia por el Trabajo Decente’, campaña promovida desde hace dos años por entidades eclesiales de referencia. ¿Tiene respaldo concreto en parroquias y movimientos? ¿Se ha invitado a los fieles a adherirse a ella?
Los pastores tienen en sus manos potenciar una pastoral obrera que conecte con las inquietudes de sus ciudades y barrios y se haga visible a través de homilías, foros con agentes sociales, concentraciones… Esto no implica entrar en política, pero sí establecer vías de participación para reclamar estructuras humanizadas y sin precariedad, donde nadie se quede fuera ni sea explotado: ni jóvenes ni migrantes ni mujeres ni parados de larga duración…
Porque, hoy, no tiene sentido preguntarse si se puede ser católico y sindicalista, sino cómo integrar que el ser católico exige un compromiso evangélico por la defensa de la dignidad del ser humano a través del trabajo.