El 95% de la población española vive en menos de la mitad de la superficie del país. En las últimas décadas, el éxodo rural a las grandes urbes ha hecho que el mundo rural se vacíe, con consecuencias letales que hacen muy complicado labrarse un futuro en el campo. En estos meses se ha popularizado el término ‘España vaciada’ para referirse a las regiones que han visto desparecer pueblos enteros por la falta de habitantes y de iniciativas para promover su desarrollo social y laboral, como la mejora de la red de transportes o el acceso a Internet.
De ahí que más de veinte provincias se hayan unido para exigir un Pacto de Estado para una mayor vertebración y cohesión social entre los diferentes territorios del país. En las últimas semanas, este abandono se ha maquillado por parte de la clase política, que se han lanzado en busca del voto para conseguir el favor de sus gentes para los comicios generales, locales, autonómicos y europeos. Lamentablemente, cuando la fiebre electoral pase, las promesas partidistas se guardarán en un cajón y las calles y plazas volverán a quedarse mudas, sin un plan real que fomente la repoblación y sepa apreciar que otra forma de vivir alejada de las ciudades es posible.
Quien sí permanecerá es la Iglesia. A pesar del envejecimiento del clero y la carestía vocacional, no ha abandonado a su suerte a sus gentes. Es más, allí donde ya no hay maestro, médico o farmacéutico, está comunidad creyente a través de sacerdotes, religiosos y laicos, es el único agente social en esas pedanías. Frente a las demás instituciones que han cerrado a cal y canto sus sucursales, la Iglesia ha renovado sus planes través de las unidades pastorales para alentar a las familias y, sobre todo, a los mayores.
Así lo ha podido constatar de primera mano Vida Nueva, que ha acompañado en su día a día al presbiterio de Osma-Soria, la provincia más despoblada de toda la Unión Europea. Con su obispo al frente, estos curas rurales no se dejan dominar por el desánimo. Más bien al contrario: ellos se han convertido en auténticos promotores de iniciativas que permitan dinamizar a estas pedanías castigadas por el olvido. Entre otras cosas, porque la Iglesia no busca ni el beneficio económico ni el rédito político de otras instituciones.
La misión de anunciar el Evangelio pasa por llegar allí donde aparentemente no resulta rentable volcar esfuerzos. Por eso, no estaría de más que, más allá del Fondo de Solidaridad Económico que ya existe en la Conferencia Episcopal Española, la Iglesia urbana también acometiera un ejercicio de corresponsabilidad a través de un compromiso real que pudiera enviar misioneros para que esta España vaciada no sea también la de la Iglesia vaciada.