A pesar de la raíz etimológica de la jubilación, no es tarea sencilla hacerse a un lado para comenzar una nueva vida, alejado del ritmo y responsabilidades previas. Máxime cuando se ha vivido enamorado del apostolado, entregándose por completo a él.
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Buena prueba de ello son las resistencias que se dan en espacios eclesiales para aferrarse a la actividad, en gran parte, por miedo a lo desconocido que está por venir, por desconfianza en los que vienen detrás…
Sin embargo, mirándolo con esos mismos ojos de apasionamiento por el Evangelio, la etapa que se abre llegará cargada de desafíos, a distinto ritmo y con diferentes competencias, pero manteniéndose intacta la llamada de un Dios que sigue contando con cada uno, más allá de las limitaciones físicas, y abrazando la propia vulnerabilidad como escuela de santidad.
San Joaquín y santa Ana
Desde esta perspectiva, y con la mirada puesta en la Jornada Mundial de los Abuelos –que se celebra por primera vez el 25 de julio en el marco de la fiesta de san Joaquín y santa Ana–, resulta más que iluminador el Pliego firmado por el obispo emérito de Lleida, Joan Piris, que ahonda en cómo un creyente nunca se jubila, ni de su fe ni de su misión.