Nada se le puede reprochar a la Iglesia nicaragüense en medio del comportamiento dictatorial de Daniel Ortega que desde el pasado mes de abril ha empujado al país a un precipicio guerracivilista con más de 350 muertos a sus espaldas. La implicación y ejemplaridad que están demostrando obispos, sacerdotes, religiosos y laicos como uno más entre su pueblo es directamente proporcional a la campaña de hostigamiento y persecución por parte de los sandinistas, que actúan sin límite alguno. La prueba más reciente es el asesinato de dos jóvenes por la represión en una iglesia de Managua.
Aun así, con el cardenal Leopoldo Brenes al frente, la Iglesia no ha dado un paso atrás como voz de denuncia ante esta sangrienta crisis sociopolítica, pero tampoco como única institución capaz de ejercer de mediadora para poder sacar a un país del pozo de las corruptelas y los abusos de poder. Lamentablemente, una vez más, la comunidad internacional mira para otro lado, más preocupada por los pequeños sismos que generan las ocurrencias del presidente Trump mientras que los grandes terremotos humanitarios como el de Nicaragua, apenas tienen réplica.