El jueves 2 de noviembre se celebra la Conmemoración de los Fieles Difuntos, la jornada en la que toda la Iglesia reza por los fallecidos. Aun con la confianza en Dios y la firme creencia en la vida eterna, el duelo que aflora al perder a un familiar o a un amigo es tan humano que puede generar una herida que supura, incapaz de sanar, tanto cuando se han producido en situaciones traumáticas, como, sin ser una tragedia objetiva, genera un vacío que se torna insuperable.
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De ahí la importancia de reforzar más si cabe la pastoral del duelo, un servicio eclesial invisible, pero que juega un papel fundamental. Máxime en una sociedad secularizada, en la que toparse con la muerte de quien más se quiere puede ser la única oportunidad de generar una honda pregunta sobre el sentido de la vida y la trascendencia.
Invertir en sacerdotes, religiosos y laicos que sepan acompañar este trance de manera integral, con herramientas psicológicas y espirituales, puede ser, no solo una vía de consuelo, sino de reencuentro y de descubrimiento del Dios de la vida que sale al rescate para abrazar el dolor con un horizonte resucitador de esperanza.