El asalto al Capitolio alentado por Donald Trump y que ha acabado con la muerte de cuatro personas no solo supone una jornada oscura para Estados Unidos, sino un aviso para todas las democracias. Una y otra vez, el Papa advierte que la amenaza a la convivencia que suponen los populismos de cualquier signo, sean de izquierdas o de derechas, es tal real como lo vivido en Washington el 6 de enero.
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La tentación de la clase política de tensar la cuerda, forzando una polarización para obtener un rédito electoral más o menos inmediato, nos adentra en un peligroso juego. La escalada de insultos entre los parlamentarios o el escrache callejero a un político de hoy es el caldo de cultivo para entrenar a una masa que, el día menos pensado, se transforma en un sujeto enfervorecido incontrolable capaz de arrasar con todo.
Convivencia en paz
Una vez que se atraviesa esa línea roja, el daño está hecho: la ruptura social. Solo dejando a un lado la dinámica belicista que presenta al otro como enemigo y no como hermano se puede acabar con ella. Ver al otro como un prójimo y tomar la fraternidad como unidad de medida no es una utopía, es la condición básica para una convivencia en paz que sostiene en lo cotidiano.