La Navidad es salir. Sin metáforas endulzantes que llevan a afrontar el Adviento y los días venideros como un tiempo para una conversión interior que incomoda lo justo, para calmar la conciencia de un catolicismo aburguesado. La Navidad es salir por imperativo, cuando no se busca, cuando la vida se impone a nuestros deseos de primer mundo. La Sagrada Familia es migrante por decreto, como lo es la Natividad. María, José y el Niño son refugiados, víctimas de una persecución.
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El relato del nacimiento de Jesús de Nazaret es tan actual como el éxodo que padecen los 109 millones de personas en todo el mundo que se han visto obligadas a huir de sus hogares. Lo mismo en Ucrania que en Gaza, la guerra lleva a salir con lo puesto para intentar sobrevivir a los bombardeos indiscriminados de unos y otros. En otros contextos, es el hambre el que aprieta para hacer las maletas en busca de algo que llevarse a la boca. La falta de libertad para vivir, para expresarse, para creer, lleva a muchos a dejar su tierra en busca de esperanza en un presente, en un futuro.
En todos los casos, abandonar lo conocido no es garantía, ni mucho menos, de poder llegar a una meta más o menos soñada. Esa incertidumbre, en no pocas ocasiones, se torna una travesía por el desierto repleta de vejaciones, explotación y marginación. Arenas movedizas que pueden ahogar cualquier intento de salir adelante, que pueden acabar con la propia vida. Alcanzar el destino tampoco es signo de empezar a respirar. Los muros de la indiferencia y las concertinas del populismo ideológico que se levantan contra el que viene de fuera, contra el diferente, se convierten en una frontera tan invisible como infranqueable para acoger, proteger, promover e integrar.
Alumbró la Esperanza
Esta inconcebible aporofobia es hoy la misma que la que hace dos mil años se colaba por las calles de Belén, cuando una joven pareja de extranjeros se topó con un portazo tras otro. Sin embargo, alumbró la Esperanza. María dio a luz, María dio la Luz desde lo pequeño, desde lo más vulnerable, desde la pobreza. No encontraron sitio en la posada, pero sí hallaron en los más humildes y sencillos unos brazos abiertos que suplían todo el rechazo previo.
Esos pastores que dieron cobijo entonces al Hijo de Dios también acurrucan hoy al Príncipe de la Paz cada vez que un voluntario de una Delegación de Migraciones se desvive por evitar una expulsión en caliente de un subsahariano, cada vez que una comunidad religiosa decide compartir su convento con una familia ucraniana o cada vez que la Iglesia deja de mirarse al ombligo y desgastarse por sus luchas internas para entender que la sinodalidad empieza y termina con el empobrecido. La Navidad es salir por imperativo evangélico.