El Papa retoma su agenda internacional haciendo realidad uno de los destinos que, por motivos de seguridad, se le resistía a pesar de su anhelo personal: Irak. Se trata del primer pontífice que pisará la tierra de Abraham después del infructuoso intento de Juan Pablo II.
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Si la pandemia no lo impide, Francisco viajará del 8 al 12 de marzo, en un periplo que le llevará tanto a Mosul, epicentro de los ataques del Estado Islámico, como a la llanura de Nínive, donde apenas quedan cristianos tras un exilio forzado por la violencia y la persecución. Si hace un par de décadas en el país residían más de un millón y medio de discípulos de Jesús, los cálculos al alza hablan hoy de 300.000 como mucho.
Una periferia cargada de minas
Se trata, por tanto, de un viaje a una periferia cargada literalmente de minas, por lo que supone de desafío al ISIS la sola presencia del sucesor de Pedro. Pero, por encima de ello, supondrá un antes y un después para una comunidad creyente que necesita el aliento de su pastor y de un pueblo que se merece, de una vez por todas, vivir en paz. Es la provocación que lanza un papa en Irak para rubricar, sobre el terreno, que es posible construir la fraternidad univeral.