Editorial

La renovación de la Vida Religiosa

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EDITORIAL VIDA NUEVA | El 2 de febrero, coincidiendo con la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, celebra la Iglesia la Jornada de la Vida Consagrada, instituida hace ya 15 años por el papa Juan Pablo II. Si siempre es bueno volver la mirada sobre esta rica e importante realidad evangelizadora, sobre estos hombres y mujeres consagrados para el mundo desde la entrega al Señor Jesús, presentes de forma destacada en el cuerpo eclesial y en la sociedad, lo es aún más con motivo de esta interpeladora fecha.

La historia nos deja reseñadas en sus páginas las dificultades que cada congregación ha tenido para vivir su propio carisma. Hoy se hace más difícil que nunca. La injusta contestación interna choca con la ingratitud externa, y hacen que la Vida Consagrada pase por momentos dolorosos.

Con el paso de los años, la historia ha ido cuajando formas de Vida Religiosa que aparecieron como expresión evangelizadora pero que, transcurridos los años, unas veces se alejaron del carisma primero y otras lo desvirtuaron.

En los momentos de crisis, se pide un ejercicio sereno y profundo para volver a las raíces de los distintos carismas que inspiraron un modelo concreto de Vida Religiosa. En este análisis nunca debe faltar, por un lado, el estudio del carisma y, por otro, la misión concreta, el terreno en el que han de llevarlo a cabo.

No podemos ni debemos seguir evangelizando
a fantasmas del pasado con armas del pasado,
sino a gentes de carne y hueso aquí y ahora.

Mientras que aquel se mantiene firme, este puede ser cambiante, porque cambian las formas de vida y la historia lleva su ritmo. No podemos ni debemos seguir evangelizando a fantasmas del pasado con armas del pasado, sino a gentes de carne y hueso aquí y ahora, desde un discernimiento del carisma fundacional, en comunión con los retos evangelizadores de la Iglesia actual. La petrificación del pasado es la principal tentación de la Iglesia y de la Vida Religiosa. Todo tiempo pasado no tiene por qué ser mejor.

Urge, por lo tanto, una renovación importante en la Vida Religiosa, y a eso no se oponen los consagrados. Hay quienes esta renovación la ven ahondando en lo propio, y hay quienes desean abandonar el barco creando nuevas formas. Hay quienes prefieren seguir en el molde actual, y hay quienes crean nuevas realidades de Vida Consagrada. Bienvenidas sean todas aquellas que, aprobadas por la Iglesia, ayuden a la tarea evangelizadora. “Si lo hacen en mi nombre, dejadlos”, decía Jesús ante la acusación de los discípulos celosos.

Sin embargo, el nacimiento de nuevas formas de Vida Consagrada, en muchos casos cargadas de cierto conservadurismo ideológico y con acentos en las formas, el hábito o la regla, no debe señalarse como ideal y como modelo a seguir, cuando en muchos casos están ad experimentum en su camino. La cautela ha de estar presente para evitar sorpresas.

Solo hay un modelo a seguir, que es Jesucristo. Ante la crisis de vocaciones religiosas, se tiene la tentación de echar todas las culpas y responsabilidades a la secularización de la Vida Religiosa, sin pensar ni medir las consecuencias de las acusaciones en el corazón de muchos consagrados que han dado su vida por el Evangelio, la mayoría de las veces en tierras de frontera y llenas de dificultades.

La tentación de echar las culpas a esas formas es frecuente últimamente, como lo es también el hecho de exaltar las nuevas formas como el camino adecuado. A nada conducen las comparaciones. Todo ha de servir para el bien, y todo, en el camino de la Iglesia, debe recibir la ayuda, la corrección fraterna y el impulso evangelizador.

Querer apoyar las nuevas formas en detrimento de otras no conduce a nada más que a la injusticia con quienes están en la brecha, y no les hace nada bien a quienes, en las nuevas formas de Vida Consagrada, comienzan el camino.

En el nº 2.787 de Vida Nueva. Del 4 al 10 de febrero de 2012.

 

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