Una de las carencias manifestadas por las diócesis españolas durante la fase local del proceso sinodal es la ausencia de consultas a los no creyentes. Un hecho que pone de manifiesto las dificultades reales que la comunidad católica –de los obispos a los laicos– está teniendo para hacer realidad una Iglesia verdaderamente misionera. O dicho de otro modo, refleja la falta de conexión entre la Iglesia y la sociedad, hasta tal punto de no haber sondeado a los que se ha dado en llamar el grupo de “los alejados”, sin ser conscientes realmente de en quién recae la responsabilidad de ese distanciamiento.
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Esta carencia pone de manifiesto que sigue vigente esa autorreferencialidad que diagnosticó Francisco al comienzo de su pontificado y que lleva a tomar como única medida los análisis hechos de puertas para dentro, con la distorsión de la realidad que eso conlleva. Frente a ello, someterse constantemente a auditorías externas, más o menos formales, permite no solo mejorar la percepción que se tiene de fuera, sino también reconocerse y descubrir las oportunidades y carencias en su acción evangelizadora que se observan desde el exterior.
Contar con lo que se denomina ‘ojo externo’, sea en la figura de asesor o consultor ajenos al ámbito creyente, amplía per se la conciencia crítica. Si la Iglesia quiere realmente retomar ese diálogo con el mundo de hoy, tal y como promovió Pablo VI, bien enraizado en las líneas marcadas por el Concilio Vaticano II, hoy es más urgente que nunca, en un escenario de polarización creciente, también en las sacristías.
Desde ahí se entiende que Manuela Carmena se haya convertido en todo un referente en diferentes ámbitos eclesiales: desde el bufete Cremades & Calvo-Sotelo, que la ha fichado para colaborar en la auditoría sobre los abusos, hasta las Carmelitas de la Caridad Vedruna, que han contado con ella para unas jornadas de formación. En estos y en otros tantos casos, se cuenta con la voz de su experiencia, gracias a una reconocida entrega como abogada, juez y alcaldesa de Madrid.
Sana provocación
Pero, sobre todo, porque más allá de su agnosticismo –como ella misma reconoce en Vida Nueva–, le une a la Iglesia su apuesta por el humanismo. La sana provocación que nace de las reflexiones de Carmena constituye en sí misma una llamada de atención para huir de cualquier dinámica endogámica y centrípeta que alimenta el clericalismo, y ponerse en en clave de la cultura del encuentro y del cuidado a pie de obra. O dicho de otro modo, escuchar al agnóstico, al ateo o al alejado forma parte del proceso ineludible de escucha y discernimiento, atentos a los signos de los tiempos, en salida para acoger a esas 99 ovejas que hoy día no están en el rebaño.