El Gobierno comisionará los abusos sexuales eclesiales. Pedro Sánchez ha puesto la investigación en manos del Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, a través de un equipo interdisciplinar, conformado por la Iglesia, víctimas y expertos.
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La decisión ha generado algo más que malestar en el Episcopado, especialmente por las formas. El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, mantuvo contactos previos con los obispos para informar de la hoja de ruta, pero nunca de manera formal. A las primeras de cambio, se filtró esta hoja de ruta aprovechando la tormenta mediática generada por el escritor Alejandro Palomas, abusado en un colegio catalán de La Salle.
Sin embargo, esta ausencia de lealtad institucional por parte de Moncloa no puede convertirse en un obstáculo para afrontar de forma definitiva esta lacra dentro y fuera de las sacristías. Esta contundencia pasa por participar en la futura ‘comisión Gabilondo’. Nadie duda de que el Gobierno no ha jugado limpio con un tema de suma gravedad, pero tampoco justificaría negarse a colaborar.
Falta de proactividad
Es verdad que se ha iniciado un camino ejemplar en materia de prevención y garantía de espacios seguros, con una escrupulosa actualización canónica… A la par, es una realidad que las oficinas de atención adolecen de recursos, el servicio central de apoyo se ha desarrollado, pero ninguna víctima ha compartido su dolor en la Asamblea Plenaria… Esto, unido a una falta de proactividad institucional y comunicativa, ha hecho que otros tomen las riendas del relato y el margen de maniobra sea ya escaso.
El actual ‘tsunami’ es el bache más complejo con el que se ha topado el Episcopado español en las últimas décadas, al que solo cabe responder desde la transparencia total, sin temor a la verdad del pasado ni dejarse condicionar por las cuitas políticas. Enrocarse o vetar la fórmula de Moncloa supondría lanzar un mensaje de opacidad a la opinión pública y un argumento más para quienes tachan a la Iglesia de continuar siendo encubridora y cómplice.
Desde la verdad
De la misma manera, el ciudadano de a pie no acaba de comprender que la Iglesia alerte de que la mayoría de los abusos tienen lugar en los hogares –extremo incuestionable–, cuando su casa no está limpia. No se puede apuntar con el dedo la falta de higiene de otros cuando uno no ha revisado sus alfombras de la memoria.
Por eso, es tiempo de hacerse transparentes y cercanos, como les pedía Francisco en la visita ad limina, colaborando sin excusas y con un “perdón sincero”, al estilo de Benedicto XVI, “por nuestras grandísimas culpas”. Desde la verdad de la Iglesia, pero, sobre todo, desde la verdad de las víctimas, esos niños ultrajados con rostro de adulto que Jesús sigue poniendo hoy en el centro.