Moncloa tiene listo para su tramitación el anteproyecto de Ley de Memoria Democrática. En el borrador, al que ha tenido acceso Vida Nueva, expone que “pretende cerrar una deuda de la democracia española con su pasado y fomentar un discurso común basado en la defensa de la paz y el pluralismo”.
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Nadie cuestiona la buena voluntad con que nace. Pero no habría estado de más que, si verdaderamente se busca ahondar en la reconciliación con esta ley, hubiera emanado de una comisión de expertos de distinto signo, en lugar de brotar de manera unilateral. Además, lamentablemente, llega en un momento de delicada polarización política y una tensión social creciente por la emergencia sanitaria. Sin aventurarse demasiado en cálculos adivinatorios, muy probablemente saldrá adelante tan solo con el respaldo de los socios del Gobierno.
En esta línea, cabe reflexionar si su puesta de largo es una oportunidad o un acto de oportunismo, sobre todo, cuando no es un tema candente en la calle. Desde la Transición, la ciudadanía ha demostrado en su día a día una madurez ejemplar, encarnando con una convivencia real y sin bandos los valores que vertebran el Estado de Derecho. No así partidos de uno u otro signo, que parecen querer resucitar un espíritu revanchista de odios e ideologías que rompen la concordia de la Constitución de 1978.
Extrema delicadeza
Todo esto no es óbice para que se atiendan las demandas de quienes se sienten todavía hoy agraviados por el pasado, especialmente, quienes quieren dar un entierro digno a sus familiares que descansan en fosas comunes. Pero esta tare exige una extrema delicadeza, que parece ausente en las Cortes.
Si se busca reconciliar, este trecho ha de ser recorrido por todos, lo que exige una responsabilidad directa de cada uno de los actores implicados. Pero, sin duda, aquel que se aventura a legislar está llamado especialmente a lograr el mayor de los acuerdos posibles. De lo contrario, en lugar de cicatrizar heridas, se corre el peligro de derivar en un ajuste de cuentas. Así, se deja entrever en algunos puntos del anteproyecto, que reconoce como víctimas a los ajusticiados por sus creencias en la Guerra Civil y por la dictadura, pero se olvida la persecución previa de la II República.
Una vez más, resuenan las palabras del Papa al presidente Pedro Sánchez, en su audiencia del pasado octubre. Le instó a construir “la patria con todos”, evitando que las ideologías la lleven a deslizarse hacia dos polos: el “borrón y cuenta nueva” y “refugiarse en lo que fue”. Máxime si lo que se busca, de verdad y sin zarpazos, es ejercitar el arte de reconciliar una memoria democrática que es de todos.