A punto de cumplirse diez años de la elección de Jorge Mario Bergoglio como sucesor de Pedro, es inevitable vincular su pontificado a la lacra de los abusos. La crisis que se venía barruntando en etapas previas ha explotado con una voracidad equiparable a la de los propios depredadores.
Jordi Bertomeu Farnós, oficial del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, analiza en Vida Nueva esta década, deteniéndose en el propio proceso de conversión experimentado por Francisco y en su capacidad para no orillarlo desde un “antijuridicismo postconciliar”, sino para convertirlo en un eje prioritario personal e institucional. Tristemente, como en otros asuntos, sigue sin contar con un respaldo eclesial inequívoco.
En esta línea se expresaba también estos días el obispo auxiliar de Madrid, José Cobo, en el Instituto Teológico de Vida Religiosa de los claretianos. El pastor hacía un llamamiento para que, lejos de pensar “cuándo se acabará esto para volver a nuestra tarea”, se interiorice de verdad como propia esta lacra y asumir que “este es nuestro ministerio hoy, es parte de nuestra misión de la Iglesia”. Y no un anexo que despachar o una caza de brujas mediática o política que sortear.