Desde hace tiempo, a la Santa Sede le preocupa el Camino Sinodal alemán, nacido como una pertinente reflexión conjunta de futuro tras la deserción popular ante la crisis de los abusos. Ahora el Vaticano frena en seco su devenir a través de una nota sin precedentes en la que se advierte del riesgo de aprobar y acometer “nuevas formulaciones de doctrina y de moral” que “representarían una herida a la comunión eclesial”.
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Nadie duda de la urgencia de una mayor autocrítica eclesial, y de la necesidad de discernir y dialogar sobre cuestiones consideradas hasta ahora tabú, para abrir nuevos caminos. Sin embargo, el espíritu sinodal de Francisco se vertebra en una expresión tan sencilla como clarificadora.
“Caminar juntos” implica que nadie puede quedarse fuera o atrás, por muy brillante, prometedora o ‘progresista’ que sea la reforma a aplicar. Acelerar el paso de forma unilateral, como medida de presión o para llegar antes, genera división y deja víctimas en los márgenes. Una Iglesia universal cuenta con todos, incluidos los renqueantes, los incómodos y los negacionistas. De lo contrario, esa comunidad aparentemente inclusiva se torna excluyente y la sinodalidad se evapora.