Con un entusiasmo parecido al de los fanáticos que gritan en las calles después de un partido, que su equipo es campeón, los primeros cristianos proclamaban en bulliciosas manifestaciones la santidad de alguno de los suyos. Fueron, en la Iglesia, los comienzos de la búsqueda y proclamación de sus héroes.
Se trataba de demostrar que las altas metas propuestas por el evangelio sí eran posibles y que no se trata de una conquista solitaria, sino de un hecho con repercusiones sociales.
La proclamación de un santo era a la vez aliento y demostración. Durante siglos la Iglesia vio en sus santos lo que tirios y troyanos admiraron en los héroes cantados por Homero, y lo que Roma celebró en los guerreros que acogía con arcos de triunfo a su regreso de las Galias. Después los héroes serían los científicos, o los escritores o los astronautas. Para la Iglesia siempre lo fueron sus santos, exhibidos como ejemplo y como argumento.
Sin embargo, cuando la voz de la comunidad cristiana fue sofocada por las campañas institucionales de comunidades religiosas, con abundantes recursos para hacer el lobby correspondiente, dejó de ser tan claro el mensaje de estos héroes de la Iglesia.
Cuando una ferviente campaña de sus discípulos llevó a los altares al sacerdote José María Escrivá a pesar de sus gestiones para obtener un marquesado, la canonización fue objeto de críticas tan vehementes como las que rodearon la canonización del obispo de Pasto, fray Ezequiel Moreno, a pesar de su apasionada lucha contra los liberales. Fueron reacciones que pudieron leerse en cualquiera de los dos sentidos: o como reclamo porque la voz del común no había sido oída; o como notificación de que el modelo consagrado por Roma, no correspondía al de otra parte de los creyentes.
Esa polémica alrededor de los nuevos santos se está repitiendo con motivo de la beatificación de Juan Pablo II. Quienes ven en su actitud hacia el obispo mártir salvadoreño Oscar Romero, y en su posición política frente al comunismo, una negación del patrón evangélico para la santidad, están sometiendo a debate público el perfil ideal de los santos.
¿Es el que se manifiesta en las decisiones de la congregación romana que inscribe los nombres de los nuevos santos en su nómina canónica? ¿O es el que en el sentir de algunos grupos de creyentes, es el modelo que debe exhibirse ante el mundo de hoy, estrictamente calcado en el evangelio?
Cualesquiera que sean las respuestas a esas preguntas, es sano que en la agenda de la opinión pública en la Iglesia, se esté dando esta polémica sobre los héroes de la fe. La santidad se ha convertido en asunto de la opinión pública. VNC